¿Qué tal les va? Hoy es uno de esos días en los que se agolpan los temas que me apetece hablar con ustedes. Ya saben, ese ejercicio de compartir ideas y, a partir de ellas, fomentar un diálogo del que uno siempre aprende. Y es que la actualidad viene cargada de cosas. Algunas, nada novedosas, que se arrastran desde tiempo inmemorial. A esa categoría pertenece el “sí pero no” y el “no pero sí” relacionados con la renovación del pleno del CGPJ, con sus precuelas, secuelas y demás hierbas... Otras son más “de temporada”, que se van introduciendo en el imaginario colectivo y ganando peso conforme han pasado las últimas semanas y días. No cabe duda de que el interés por la edición de 2022 de la Copa Mundial de Fútbol va “in crescendo” conforme se acerca el día de su inauguración.

Será el próximo 20 de noviembre. Una nueva cita con ese deporte que, este año, no pasará desapercibida. De hecho, antes de comenzar las evoluciones sobre el terreno de juego, el mundial ya es polémico. Y lo fue desde el primer minuto en el que se decidió su celebración en Qatar. Y es que, una de dos. O quien estuvo tras esa peligrosa y potente decisión tenía una razón estratégica y poderosa para apostar por tal ubicación contra cualquier atisbo de sentido común o, como se dice ya en los mentideros, tuvo que haber mucho dinero por medio, quizá en sobres opacos. El suficiente para abrir puertas y conciencias y rasgar códigos éticos. Porque es evidente que Qatar no es, precisamente, un dechado de virtudes como para acoger una cita de esas características, con tamaña repercusión a nivel planetario.

Para empezar, Qatar no es una democracia. En absoluto. Se trata de un emirato absolutista, donde quien tiene el poder lo tiene y lo ejerce de forma férrea. Y los demás obedecen. Punto. Sí que es cierto que existen algunos elementos formales de la democracia, como la Asamblea Consultiva, remedo de Parlamento o algo así. Pero el nombre lo dice todo ya: consultiva, no legislativa. Y tampoco hay partidos políticos, con lo que los ministros y las gentes en el poder vienen determinados por la voluntad de quien manda. ¿Se sienten ustedes cómodos con tal panorama? Ciertamente, no es un espejo en el que mirarse, ni mucho menos. ¿Es edificante compartir mesa y mantel y terreno de juego en el seno de tal impostura? Pues... ustedes dirán...

Pero la cosa se agrava mucho más cuando nos metemos en las consecuencias de su peculiar forma de entender el gobierno, la sociedad y las ideas personales y colectivas. La primera es el absoluto desprecio a los derechos más elementales de las personas. De las mujeres, no les cuento, porque ya saben ustedes cómo está el patio con ellas por esas latitudes. Terrible. Y es que las señoras, allí, dependen de la voluntad de los hombres de su casa, sean estos padres o maridos... ¿Feudalismo? Pues... más o menos. ¿Y a nadie le sorprende o le da “repelús” que esto siga ocurriendo ya bien metido el siglo XXI?

Con respecto a la comunidad LGTBI, los responsables del mundial catarí no paran de decir lindezas, aplicando clichés obsoletos, ideas directamente antediluvianas y prejuicios por doquier, contrarios no sólo a la ética o al sentido común, sino a derecho. Son, claramente, delitos de odio. Y, sobre eso, hay legislación internacional. Si sumamos, además, la vigencia hoy de la pena de muerte para castigar la homosexualidad, ¿qué se nos ha perdido allí? ¿Jugamos una vez más a la cínica práctica de mirar para otro lado cuando el que lastima a los demás paga bien? Ciertamente, no me parece que lo que ocurre pueda ser llamado de otra forma. Si tienen dudas sobre lo que les cuento, no se pierdan las últimas declaraciones de Khalid Salman, exfutbolista catarí y actual embajador de Qatar 2022... ¿De verdad vale la pena ir?

Y es que, desde mi punto de vista, es inaudito que el planeta entero se preste a identificarse con los valores, prácticas, ideas y creencias vigentes hoy en el país que en pocos días se convertirá plenamente en anfitrión del mundial. Miren, somos diversos y es lícito que cada cual mire al mundo según le vaya a él en la feria pero... ¿hasta tal punto? ¿En serio nos importan tan poquito las personas que sufren por la intolerancia fruto de la ignorancia y la cerrazón intelectual? Pues yo creo que no está el horno para bollos, y que no cabe la tibieza. Para mí, es importante dar carpetazo a situaciones que nunca debieron haber existido. Y lo de Qatar y su mundial roza el patetismo, con el conjunto de selecciones internacionales de fútbol riéndole las gracias a quien, por otro lado, zapatea los derechos humanos de forma flagrante. Incluidos, y esta es otra, los de los innumerables trabajadores extranjeros que han contribuido a construir a destajo las instalaciones del Mundial. En investigaciones serias sobre la cuestión ya se habla abiertamente de esclavitud del siglo XXI.

En fin... la memoria es frágil y cometemos los mismos errores una y otra vez. Nos sorprende que una anestesiada y conformista sociedad alemana, culta y fuerte, no fuese capaz en su día de plantar cara al nazismo y no evitase la aberrante y trágica masacre de tantas personas, de la mano de iluminados visionarios trastornados y psicópatas. Pues, por acción o por omisión, colaborar con quien cercena los derechos humanos y es capaz de pontificar sobre las vidas de los demás y someterles por la fuerza, tiene un poco de eso también. De colaboracionismo con quien amedrenta y asesina, lastima y destruye. Aunque nuestra acción sea, únicamente, ver o jugar un Mundial.