Opinión

Juan Cruz

Una mujer para todas las estaciones

Una mujer para todas las estaciones

Una mujer para todas las estaciones / Juan Cruz

Murió Nélida Piñón, la más dulce, y la más atrevida, también la más amistosa, de las escritoras brasileñas o de cualquier parte. Había nacido en Río de Janeiro en 1938, era devota de un santo de origen canario, José de Anchieta, que hizo de Brasil un jardín cultural exigente, y fue, entre muchas otras cosas que le salieron del alma, la mejor amiga de Carmen Balcells. Falleció ayer en Lisboa, y fueron amigos españoles los que avisaron a este cronista de esta penosa noticia. Su último libro, publicado, como otros muchos suyos, por la editorial Alfaguara, fue una recreación de Sherezade, la mujer que tejía y destejía historias para huir de la muerte. Y hoy podría decirse que ella misma fue, a lo largo de su espléndida vida (era una mujer que regalaba fantasía, y también alegría), alguien que contaba y contaba para que no se durmieran ni la vida ni la amistad, sus mayores atributos. Por su obra ganó el premio Príncipe de Asturias y por su bondad ganó, como diría la canción de un paisano suyo, un millón de amigos.

La principal persona de su vida, intelectual y amistosa, fue la que sería su agente, Carmen Balcells. Fueron tan buenas amigas, desde que se conocieron, que una vez la audaz agente literaria barcelonesa cruzó el océano para llevarle, intacto, un regalo hecho del material más frágil (que en este caso no era la amistad) sino una figura de cerámica. Durante años esa relación se hizo de conversaciones y de regalos, y de algunas anécdotas que las dos se contaban como hazañas bélicas de una vida pacífica y feliz. Una de esas anécdotas la provocó la propia Carmen durante uno de estos viajes de Navidad que hacía Nélida para verla en Barcelona.

Como estaban inundados de nieve los caminos hasta Madrid, de donde debía regresar a Río la amiga brasileña, Carmen llamó a este cronista con un encargo perentorio: que le buscara, para trasladar a Nélida, que estaba anclada en la nieve de Soria, un helicóptero de los que cubrían la vuelta ciclista. No importa que sea fuera de temporada, tú búscalo, le dijo la agente a este periodista. Cuando ya apareció el helicóptero este no hizo falta, pues la novelista de tantas ficciones se hallaba cómodamente alojada, en espera de salida, en un hotelito soriano. Entre risas y fiestas confesó, además, que ese nido provisional era una casa de citas.

Esas amigas hicieron mejor la vida de los otros, e hicieron de su amistad una irradiación feliz que ahora tiene su desenlace simbólico: hace unas semanas había estado en Barcelona, visitando a los sucesores de Carmen, como si estuviera también despidiéndose de esa geografía que fue parte de su naturaleza.

En Lisboa las consecuencias de una ictericia acabaron luego con la vida de un ser que, además de esos destellos que regalaba su sonrisa, era una mujer comprometida, con la literatura y con su país, al que dedicó preocupaciones de las que habló más de una vez a periodistas como el que suscribe esta crónica. La égida de Bolsonaro la llenó de preocupación civil y humana, y se aprestaba ahora a seguir la segunda vuelta política de Lula, al que acompañó en España cuando en el primer mandato, el otra vez presidente de Brasil se significaba como la esperanza de una regeneración del gran país que ahora la va a despedir.

La entrevisté muchas veces, y muchas veces la escuché hablar con enorme afecto de otros, por ejemplo de Mario Vargas Llosa o de Gabriel García Márquez o de Carlos Fuentes, que formaron parte de un círculo que en ella (y en Carmen Balcells) convirtieron el boom también en un fenómeno brasileño.

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