Opinión
Cristina y la paloma que no vuela
Mientras los oficiantes habituales de las campanadas de Año Nuevo han lucido solo como caricaturas de sí mismos, Cristina Pedroche ha logrado otra vez no ser previsible. El mérito no es tanto poner la potencia explicativa del cuerpo al servicio de una instalación como convocar la atención del espectador para que la descifre. Incluso la pieza más difícil del conjunto (una paloma acartonada y rígida que no lograba convivir en paz y gracia con su vecindad), fracasada al no ser fácilmente identificable como paloma e incapaz por tanto de levantar un vuelo imaginario, podría dar cuenta del propio fracaso, por ahora, de la paz que simbolizaba. El pacto implícito del casticismo de toda la vida y cierto feminismo sin humor reprochará la instrumentalización a la vez del cuerpo femenino y una causa humanitaria, pero el valor en sí de la instalación supera también, creo, esa difícil prueba.
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