EDITORIAL

Una asignatura diez años pendiente

Hace catorce años, la Unesco inscribía a la Torre de Hércules como Patrimonio de la Humanidad. Fue un largo camino el que tuvo que recorrer el monumento para entrar en ese selecto grupo de monumentos dignos de una protección y reconocimiento especial. Estamos ante el único faro romano que sigue en funcionamiento. A esta característica hay que añadirle la pulcra restauración asumida por el ingeniero militar Eustaquio Giannini, que recubrió con nuevas fachadas el núcleo milenario y construyó una nueva linterna, adaptada a los más modernos sistemas de señalización marítima que estaban vigentes en 1791, año en el que concluyeron los trabajos.

Esto y el hecho de que la Torre ilustra varios períodos significativos de la historia humana, su origen en época imperial, su posterior evolución en la Edad Media, su recuperación en tiempos modernos y su consolidación y puesta en valor a finales del siglo XVIII sirvió para inclinar la balanza en favor del monumento coruñés en aquella reunión de Sevilla de 2009 en la que, además, el faro contó con el inestimable apoyo de un vecino de la ciudad, César Antonio Molina que, en aquel momento, era el ministro de Cultura del Gobierno español.

Pero el hecho de que la Unesco reconozca los méritos de un determinado monumento trae consigo una serie de requisitos que hay que cumplir bajo el riesgo de que, en caso de no hacerlo, se pueda revertir esa declaración. Y una de las obligaciones que impone el organismo internacional es la realización de un plan director de la Torre de Hércules. Ese documento existe. Fue redactado hace diez años, pero hasta el momento, no se ha ejecutado ni uno de los puntos que en él se contemplaban.

Tal vez el más complejo sea la redacción de un Plan Especial de Protección para el entorno del faro, que incluye el traslado del edificio del frontón de la zona deportiva, la reorganización de los accesos al recinto y la humanización del entorno, con la unificación del mobiliario. También habría que musealizar el faro.

Todo esto fue redactado hace diez años y, a estas alturas, todavía no se ha hecho nada, aun a riesgo de que esa declaración que tanto orgullo provocó a todos los coruñeses pueda ser revocada. Es más, alguno de los puntos es posible que ya nunca se puedan llegar a ejecutar. Por ejemplo, se valoraba la conversión de la antigua cárcel provincial en un centro de interpretación de la Torre. Ahora, con el edificio amenazando ruina, uno de los pilares de aquel proyecto se viene abajo como las propias paredes de la vieja cárcel.

Hay referentes importantes de que a la Unesco no le tiembla la mano a la hora de despojar a una ciudad o a un monumento de su título. Tal vez, uno de los más llamativos sea la ciudad de los Beatles. La Unesco alegó una “pérdida irreversible” del valor histórico de sus muelles victorianos. Básicamente, alegan que el “valor universal excepcional” del paseo marítimo de Liverpool había sido destruido por nuevos edificios, incluido el estadio de fútbol del Everton.

Por el momento, A Coruña no ha sido advertida por la Unesco, que suele estar vigilante de que se cumplan sus instrucciones de conservación. Es cierto también que se han conseguido frenar algunos proyectos urbanísticos antiguos que amenazaban su estatus, pero ahora que la ciudad se ha convertido en un referente turístico a nivel gallego y a nivel nacional, es necesario blindar el monumento más universal que poseemos y no conformarnos con mantenerlo como está ahora mismo.