El voto útil me persigue

José María de Loma

José María de Loma

Iba yo tan tranquilo el otro día por la calle cuando de pronto me salió al paso el voto útil. Hola, me dijo, soy el voto útil. Como mi simpatía por los inútiles (de los que me siento un poco parte) ha estado siempre en mi acervo, aun no sabiendo muy bien qué es acervo, apreté el paso. Siempre me ha hecho gracia lo de apretar el paso. Si no me hiciera gracia habría empleado el verbo acelerar. Acelerar el paso, que es lo que hice. Fue inútil, valga la redundancia. El voto útil lanzó su apelación contra mí, que me cayó en toda la espalda tirándome casi al suelo. Las apelaciones son lo que tienen. Recuperé el paso como pude, cariacontecido, temblón y sorprendido por la agresividad del voto útil que si siempre me ha caído antipático, ahora me resultaba cargante. Sobre todo por la parte de la espalda. Traté de ganar una calle que estuviera muy concurrida, por ver si el voto útil se dispersaba y dejaba de acosarme. Pero tal vez mi aspecto de indeciso, de inútil, de demócrata o de veraneante zumbón provocó en el útil, abreviemos, un deseo incontrolable de controlarme. Pensé en parar y debatir con él, en plan, a ver qué es para ti voto útil, alma de cántaro.

Tal vez pudiéramos conversar tranquilamente en una terraza con una horchata delante. O detrás. Pero no. Es inútil. Está empecinado este útil en que él lleva la razón. En cierto modo, el utilitarismo ya está ganando. Y me está ganando. A veces me pregunto para qué sirve el arte. Es algo inútil, me repito. Aunque luego miro un donut, le doy un bocado y me digo que el donut es arte y sirve para dar placer, extasiar los sentidos y tal. Y con agujero. El voto útil: corrí. A veces uno corre para llegar pronto a ninguna parte, lo cual puede parecer una frase de Paulo Coelho pero es la descripción pura de lo que me estaba pasando. Pero de repente, al echar la vista atrás vi como entre el voto útil y yo se cruzaba una señora alta, delgada y elegante. Y como el voto útil es un poco casquivano, cambió el rumbo y comenzó a perseguirla. “No insistas, imbécil, a ver si te has creído que soy tonta”, oí a lo lejos. Me pareció útil entonces tomar resuello. Y una cerveza.