Divaneos

Anatomía de una adicción

José Luis Salinas

José Luis Salinas

El cerebro es un adicto al que hay que tratar de domesticar a lo largo de la vida para evitar que el enganche se le vaya de las manos. Hay una serie de productos cotidianos ligados con la industria alimentaria que, sin que nosotros lo percibamos, nos generan una adicción que va mermando nuestra fuerza de voluntad. Todo porque el cerebro nos va demandando pequeñas gratificaciones, pequeñas recompensas que nutren a las zonas en las que está alojado el placer. Hay productos que nos convierten en adictos, algunos tan cotidianos como la bollería industrial (en general, todo aquello que lleve azúcar o algún derivado) o la carne (para quien aún la consuma).

Las adicciones se caracterizan por el hecho de que nuestro cerebro pierde el control y necesita incrementar la ingesta de aquellos productos que le resultan placenteros, demanda cada vez más. Hace una década, el periodista de investigación Michael Moss publicó un libro titulado Sal, azúcar, grasa en el que explora cómo la industria alimentaria manipula la composición de sus productos para hacerlos más adictivos y atractivos para los consumidores. Lo hacen a expensas de la salud pública.

Según Moss la combinación de los tres ingredientes que dan título a su libro y su cuidadosa dosificación es fundamental para maximizar la adicción y el placer sensorial conduciendo a los consumidores a desarrollar hábitos alimenticios poco saludables y adicciones a ciertos productos.

Hace tres años, a las puertas de la pandemia, un grupo de neurobiólogos de la Universidad Pompeu Fabra divulgó una investigación sobre los mecanismos cerebrales que influyen en la adicción a la comida. Lo hicieron con ratones.

Lo que descubrieron fue que la adicción dispara la acción del neurotransmisor de dopamina desde una zona del cerebro llamada núcleo accumbens. Es el que se encarga de hacer funcionar el circuito de la recompensa y el que hace que sintamos placer. Así que la rueda comienza a funcionar.

El receptor que se encarga de liberar la dopamina es el mismo que está implicado en la adicción a las drogas. Los investigadores descubrieron que había una vía neuronal que está directamente implicada en el control por la comida y que es la que une la región de la parte frontal del cerebro —y que se llama prelímbica— con el núcleo accumbens, que es el que segrega la dopamina. Después de un tiempo, los ratones que habían participado en el experimento acabaron por perder el control, mostraron anomalías en su motivación y una enorme impulsividad.

Hay un estudio muy popular en la psicología evolutiva que sirve para medir el grado de impulsividad de los niños. El experimento consiste en encerrar a los niños en una habitación y ponerles, por ejemplo, unas chuches que les gusten sobre la mesa. La instrucción que se les da es que no pueden tocar el dulce hasta que el investigador regrese a la habitación. El tiempo puede variar. Se supone que los que no aguantan, los que se lanzan a por las chuches tienen un alto nivel de impulsividad y son más propensos a tener adicciones en su vida adulta. Los que logran aguantar estoicamente la tentación, evidentemente, son todo lo contrario. Tienen una menor propensión a caer una adicción.

La exposición a sustancias adictivas (incluida la comida) provoca también que se produzcan cambios en la plasticidad del cerebro afectando a la comunicación entre las neuronas y alterar la función de ciertas regiones cerebrales que están relacionadas con el autocontrol y con la toma de decisiones.

Con el tiempo, el cerebro se adapta a la presencia de la sustancia adictiva y acaba por desarrollar tolerancia, por lo que acaba por requerir dosis cada vez mayores para lograr el mismo efecto. Para mejorar la receta de las adicciones, influyen también los factores genéticos, puede haber cierta predisposición, también los factores ambientales juegan un papel importante.

Nora Volkow es psiquiatra y directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA) pone un ejemplo muy gráfico de cómo funciona todo este mecanismo, lo usó después de haber estudiado un montón de imágenes cerebrales. Según su valoración, lo que hacen las drogas es hackear los sistemas que existen en nuestro cerebro. Todo porque se trata de un sistema muy primitivo, demasiado sencillo de manipular.

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