El correo americano

Miedo y asco en campaña

Xabier Fole

Xabier Fole

“Cuando la verdad se vuelve aburrida y deprimente, la única alternativa de trabajo son explosiones salvajes de locura y filigrana”. Esto lo escribió Hunter S. Thompson mientras cubría las elecciones de 1972, en las cuales el presidente Richard Nixon vencería finalmente al candidato demócrata George McGovern. En sus crónicas para la revista Rolling Stone, Thompson no solo abordó los problemas de lo que hoy llamamos el circo mediático (“tienes que ser casi una superestrella del rock para lograr la fiebre que exige la política estadounidense”; “¿cuánto hay que rebajarse en este país para ser presidente?”), sino que también denunció las ignominias que había detectado en su propio oficio y que, en buena medida, habían contribuido a la degeneración que comenzaba a padecer un servicio público que ya no se distinguía de cualquier otro espectáculo (“la verdad es un bien muy escaso y peligroso en el contexto del periodismo profesional”; “cuando las cosas se ponen raras, los raro se profesionaliza”).

Después de los mítines, las entrevistas, los debates y las declaraciones calculadas, después de las mentiras, los insultos, los bulos y los discursos de odio y de miedo, al pueblo español no le queda sino votar. ¿De qué ha servido la campaña? La política ha enloquecido mucho más desde que Thompson arrojó luz sobre las zonas oscuras de la democracia; la verdad ha perdido prestigio y los votantes parecen moverse por filias y fobias que no tienen mucho que ver con la realidad de los datos. Se vota, además, con odio. Con desprecio hacia al adversario, al que se le desea su completa desaparición. Los hechos cuentan más bien poco; se dicen cosas (en televisión) que no son verdad y no importa. Nadie paga las consecuencias: todo se reinicia al día siguiente. Lo banal eclipsa lo relevante. Las estrategias electorales se trasladan a lo personal; se crean ismos de misteriosa definición y lemas infames como el de “que te vote Txapote”. Los periodistas son denostados y celebrados como héroes de ambas trincheras. Algunos, incluso, han importado el estilo trumpista; sugieren (sin pruebas) que puede haber pucherazo e irregularidades con el voto por correo: sueñan con una Fox News a la española que estimule la rabia de los electores.

Thompson vio en aquel momento lo que otros reporteros no vieron. Que la campaña era una representación grotesca del juego electoral y que este último no parecía entenderse como un concurso de programas políticos sino como un acontecimiento deportivo (ahora diríamos reality). En palabras de Thompson: “McGovern, a pesar de todos sus errores y de su discurso impreciso sobre la ‘nueva política’ y la ‘honestidad en el gobierno’, es uno de los pocos hombres de este siglo que se ha presentado a las elecciones presidenciales en los Estados Unidos que realmente comprende qué fantástico monumento a todos los mejores instintos de la raza humana podría haber sido este país, si hubiéramos podido mantenerlo alejado de las manos de pequeños estafadores codiciosos como Richard Nixon”. Pero Nixon obtuvo una de las victorias más aplastantes de la historia política contemporánea (McGovern, que perdió en su propio estado, Dakota del Sur, solo consiguió que los demócratas ganaran en Massachusetts y en Washington DC) y poco tiempo después se vería obligado a dimitir por el caso Watergate. Después de estas elecciones comprobaremos qué prosa gubernamental sale de esta mediocre y peligrosa lírica electoral.

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