Shikamoo, construir en positivo

Política... y esperanza

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Tengan ustedes buen día. Hoy les saludo con unas líneas escritas ayer, en el Día de Galicia. Déjenme que, por tanto, empiece por felicitarles a todos y todas ustedes, naturales o foráneos de nuestra comunidad, por la dicha que supone encontrarnos en un entorno tan mágico, en el que muchos de nosotros y nosotras tenemos la enorme suerte de desarrollar nuestras vidas. ¡Feliz día de Galicia!

Estos también son días de enorme actividad política, en el sentido de intentar encajar una solución de gobernabilidad a partir de los complejos resultados de la jornada electoral del pasado día 23. Bueno, ya nos irán diciendo cómo se retratan las distintas formaciones y cuál va a ser o no su aportación a la estabilidad, pero ya hay algunas lecturas importantes a partir de lo expresado por el pueblo español. Centro la columna de hoy en un aspecto concreto de tal realidad, que a mí me llama la atención por encima de todo. Algo que, para mí, es muy fundamental e importante. Les cuento.

Hablaba en columnas previas que, desde mi punto de vista, no todo vale en política. No vale la asimilación automática de inmigración con delincuencia. No vale la negación de la existencia de una violencia muy específica contra la mujer. Y no son aceptables, tampoco, las teorías revestidas de pseudociencia pero absolutamente arbitrarias y poco fundamentadas que niegan extremos como el de la evidencia del cambio climático de origen antropogénico. No vale el negar sus derechos fundamentales a parte alguna de la población, y menos si es un colectivo tan amplio y diverso como el LGTBIQ+. Cualquiera de tales planteamientos conculca derechos básicos y entiendo que en un estado moderno y serio han de ser cuestionados y purgados desde el ámbito jurídico. Nadie puede contarnos, a estas alturas, que un negro o un gitano son menos que un blanco, o que una mujer tiene menos derechos que un hombre, o que dos mamás lesbianas no pueden inscribir al hijo biológico de una de ellas como descendencia de las dos. Todo ello no puede ser objeto del llamado “juego político”, verdaderamente repulsivo tantas veces, que consiste en actuar y expresar la realidad conforme a los intereses de una determinada formación, aunque sea en detrimento del bien común. No.

Y aquí viene la cuestión. Porque, para mí, estas elecciones han sido, sobre todo, un refrendo de que el pueblo español asume el párrafo anterior. No todo el mundo, claro, pero sí una mayoría apabullante y firme. La que ha hecho, por ejemplo, que a pesar del enorme desgaste el partido mayoritario en el Gobierno no haya tenido un resultado demasiado malo, manteniéndose mucho más alto de lo que las encuestas predecían. La que, además, le ha dado una clara patada a las opciones que enarbolan todo lo contrario a lo que dice dicho párrafo, que han experimentado un franco retroceso a pesar de que, en dichas encuestas, se le auguraban mejores datos. Y la que, como tercera prueba, ha dado únicamente una pírrica ventaja a quien no ha tenido empacho en pactar en el ámbito autonómico con las opciones radicales en contra de los derechos humanos, fracasando precisamente por no mantenerse centrados y por escuchar los cantos de sirena que vienen más allá de lo aceptable, decente, ético y jurídicamente defendible. Todo ello, desde mi punto de vista, como una expresión clara de lo que el pueblo español no quiere, votando más en contra de lo que no le gusta que a favor de lo que sí. Y al que, por lo que se ve, no le gusta la inquina, el odio y la división proclamada desde las posiciones ultramontanas.

El Partido Popular ha tenido un fallo estratégico tremendo, fatal, inexplicable y catastrófico para ellos abandonando el centralismo y yéndose, al menos aparentemente y con finalidad electoral, a coquetear con las posiciones defendidas por la ultraderecha. Sumar ha recogido con bastante eficacia y humildad los trozos de experimentos anteriores, pero con la espada de Damocles de los egos y las luchas cainitas todavía muy presente, con capacidad de producir estragos, por lo que han de tener cuidado. El Partido Socialista, lejos de las campañas orquestadas sobre “perros” y “derogación del sanchismo” ha resistido por ser el más capaz de expresar valores, actitudes, ideas y creencias asociadas a un estado moderno, más allá de sus tensiones y de las contradicciones y vaivenes. Y Vox... de esa opción ya está todo dicho.

Hay esperanza, porque España aleja con estas elecciones al fantasma, el de la ultraderecha, que ya ha contaminado incluso democracias de probada trayectoria y prestigio. Nosotros no. Nosotros, por ahora, nos mantenemos en la cordura, aunque el resultado de lo votado sea difícil y no se descarten nuevos comicios. Hay esperanza, sí. Pero hay que seguir trabajando duro para que la misma no se convierta algún día en una entelequia.

¡Feliz día de Galicia! ¡Feliz 25 de julio!