El triángulo

Las tetas son lo de menos

Carolina González

No tenemos ganas de exhibir nuestras tetas. Ni de provocar a nadie. Ni de llamar la atención para ganar protagonismo o vender más discos. Precisamente se trata de todo lo contrario. De pasar desapercibidas, de dejar de ser objeto de debates absurdos sobre qué debemos o no hacer, cómo protestar o cuánta carne podemos enseñar sin ofender. Queremos vivir tranquilas y hacer lo que nos plazca. Nada más.

En estos tiempos que corren, tan modernos, prósperos y privilegiados, ojalá no tuviéramos que subirnos la camiseta para defendernos. El supuesto escándalo protagonizado por Eva Amaral sobre el escenario del Sonorama cantando Revolución a pecho descubierto vuelve a suscitar la polémica. No me gusta utilizar estas palabras porque para mí no supone algo que genere controversia ni discusión. Lamentablemente, aún existen personas que sí lo creen.

Antes de deshacerse del corpiño de lentejuelas que le cubría, Amaral dejó claro por qué lo hacía. “Nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez. Somos demasiadas y no podrán pasar por encima de la vida que queremos heredar”, gritó. Su gesto no era fruto de la euforia ni del calor, sino de la reivindicación. Respondía a sus ganas de solidarizarse con otras artistas que han tenido problemas por mostrar su pecho descubierto como Bebe, Zahara, Rigoberta Bandini o Rocío Saiz. Esta última, el caso más reciente, observó sorprendida cómo un inspector de policía interrumpía su actuación para taparla; posteriormente se le abrió un expediente por su acción supuestamente policial.

No sé si es por miedo, por deseo de mantener el patio controlado o por mera ignorancia, pero está claro que todavía remueve el hecho de que una mujer se quede en tetas. Da igual que sea sobre un escenario, en una acción reivindicativa de Femen o un grupo de adolescentes en plena celebración juvenil sin ninguna otra pretensión que pasarlo bien. Oigo hablar de indignidad, intenciones ocultas y provocación; de acciones innecesarias, excesivas y extravagantes. El escrutinio al que se somete a la mujer es exagerado. Existe un código ético no escrito, pero sí interiorizado y normalizado, sobre nuestra vestimenta (femenina pero elegante), comportamiento (educadas y con saber estar), peso (delgadas, pero de aspecto saludable) y aspiraciones (ser madres y, además, profesionales ejemplares). Sin embargo, no busquen ese mismo código normativo para ellos, porque al género masculino sí se le permite tener criterio propio y, siempre, menos exigente. Y cuidado con reclamar igualdad, además, porque serán acusadas de brujas feministas que poco menos que persiguen la extinción del hombre.

Suscríbete para seguir leyendo