¿Investidura fallida?

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

La palabra “fallida” tiene dos acepciones: “frustrada, sin efecto” y “quebrada y sin crédito”. Si entendemos esta palabra en el sentido de “frustrada” y consideramos que “frustrar” significa “privar a alguien de lo que esperaba”, puede admitirse que las dos votaciones del Congreso de los Diputados privaron a Alberto Núñez Feijóo de la investidura que esperaba. Lo que no puede compartirse, en cambio, es que el procedimiento de investidura al que se sometió por decisión del Rey Felipe VI fuera fallido porque no tuviera efectos. Por el contrario, los tuvo y muchos; y excepto el de convertirse en presidente del Gobierno, todos los demás fueron muy beneficiosos para él.

El primero de tales efectos es que para la generalidad de los pocos medios independientes que todavía existen en España y de los pocos que son favorables al centro y a la derecha, en la investidura ha nacido un líder, un estadista y un excelente parlamentario. En Galicia se sabía cómo era el político Núñez Feijóo, no en vano había obtenido cuatro mayorías absolutas consecutivas y estaba disfrutando aún de la última cuando tuvo que ponerse al frente del Partido Popular. Y como en estos tiempos a nadie le regalan nada y su éxito político era tan evidente a nivel autonómico, la ciudadanía del resto de España tal vez debería haber presumido que el PP había tenido la suerte de que pasara a liderarlo un verdadero estadista.

Pero no hay por qué lamentar que algunos de los simpatizantes del PP no se hubieran dado cuenta aún de su valía y que tuvieran que esperar a tener su propio juicio hasta que lo vieron actuar en la investidura. Conviene significar que, en un momento como el presente en el que el nivel de la clase política en general ha bajado tanto, reconforta que mucha gente haya comprobado que han acertado al votar al líder Núñez Feijóo, cuyo partido ganó con claridad las últimas elecciones generales.

Hay, además, otros tres aspectos en los que ha asombrado el candidato del PP. El primero es su excelente preparación: el discurso de investidura fue una pieza muy alabada por los analistas políticos hasta el punto de que hubo —y no un cualquiera, sino un veterano Letrado de las Cortes—, que lo calificó como uno de los mejores que se habían oído en la Cámara. Solo los “negacionistas” de la oposición se atrevieron a afirmar lindezas como que carecía de proyecto político o de visión de futuro y que solo había vendido miedo y frustración. No es de extrañar. con tantos idiomas revoloteando por el hemiciclo, con el difícil manejo de los pinganillos o, muy probablemente, debido a la total falta de objetividad, que solo vieran los citados defectos en el programa de gobierno presentado por Feijóo en su discurso de investidura. Claro que también en algún caso pudo deberse a que no le cabía el miedo en el cuerpo al ver la gran talla del candidato y prefirió distraerse jugando con el teléfono móvil. Y es que ya dice el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Otro aspecto en el que se le reconoció una singular destreza al líder del PP fue en los debates que mantuvo con los distintos portavoces de las demás formaciones que intervinieron en el hemiciclo. Y no todos los ciudadanos, pero sí los más enterados, valoraron que hacía falta una gran preparación para poder rebatir las distintas objeciones que le formulaban. Digo esto, porque para poder responder con tanta brillantez a todos los portavoces críticos con su programa hay que tener muchos conocimientos y tenerlos muy frescos, además de rapidez de improvisación e ironía. En definitiva, Feijóo se mostró no solo como un buen parlamentario que construye buenos discursos, sino también como un hábil e irónico polemista que dejaba noqueados a sus contrincantes. En este punto, es digno de remarcar su debate con Aitor Esteban del PNV, al que dejó tan descolocado que hubo algún destacado periodista que llegó a preguntarse públicamente que de donde le venía al señor Aitor Esteban la fama de buen parlamentario.

El tercer y último aspecto, aunque tal vez el más importante, fue su dimensión moral, la escala de valores ético-políticos de los que hizo gala y que logró que el nivel de los debates subiera a un plano que hacía mucho que se había abandonado desde la entronización del “todo vale” y el de que el más listo es el que más y mejor engaña. Recuerdo al respecto su réplica a Bildu a cuya portavoz llegó a decirle que no quería sus votos, que se los diera a Sánchez.

La brillante actuación de Alberto Núñez Feijóo produjo también otros efectos colaterales. El más importante fue que su principal contrincante le cogiera todavía más miedo. Por el modo en que recibió a Feijóo cuando fue nombrado líder del PP ya empecé a atisbar que no le había gustado nada su nombramiento. Y mis sospechas se confirmaron cuando al poco de empezar a intervenir en la política nacional hubo una conducta concertada de importantes personajes del partido en el poder que comenzaron con un rosario de continuado de insultos. El temor subió de tono en el cara a cara que mantuvieron en la campaña electoral en el que Feijóo le dio un repaso monumental, y se hizo definitivamente patente cuando encargó al zafio de Oscar Sánchez que convirtiera en una pocilga (Ignacio Varela dixit) el templo de la soberanía nacional.

Por eso hasta que estaba fuera del Congreso Sánchez no se atrevió a hablar del discurso de Feijóo y eligió una reunión en Madrid con socialistas para convertirse en una especie de “Juan sin miedo” y replicar a Alberto Núñez Feijóo, con criticas vagas e imprecisas, como la de que la propuesta del líder del PP carecía de “proyecto político” y de “visión de futuro”; o que había sido discurso, basado en “solo vender miedo y frustración”; y hasta aprovechó para señalar que la derecha tradicional “ha claudicado y se ha sometido a la ultraderecha”. Creo que sobran las palabras.

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