Fiesta en Zarzuela

José María de Loma

José María de Loma

El rey Felipe VI recibió a las diez a Pedro Sánchez y a las once a Feijóo. Las diez es hora clara de desayuno. La feliz hora de los desayunantes, que decía González Ruano; el momento en el que el vivaz oficinista se evade para acudir con los compañeretes a una cafetería cercana a criticar a un concejal, echar un pitillo, estirar las piernas y darle una alegría al estómago después del café viudo en casa a las siete de la mañana. Las once ya es hora más fronteriza y no hay quien descarte una caña si lleva levantado desde las cinco. Una hora duró más o menos cada entrevista. Así que el Rey debió quedar solo y en paz a eso de las doce, no sabemos si con cuerpo de vermú, de tapita de rusa o de acostarse, visto el panorama. Un panorama que es tan ingobernable que lo más seguro es que tengamos Gobierno pronto. A las diez de la mañana de un martes uno no tiene el pesimismo del lunes pero tampoco la vitalidad de un jueves a la una.

A las diez uno va a decir señor, creo que tendré apoyos para gobernar, pero lo puede decir tal vez con un punto de desmayo y mirando con deseo a los cruasanes que a buen seguro tendrán en Zarzuela para este tipo de visitas, que no se sabe si traen un Gobierno, ganas de cháchara o una botellita de tinto, que es lo que en todo manual del buen invitado se dicta que hay que portar cuando se es convidado a casa ajena. Claro que también se puede ser alevoso a las diez. A la palabra alevosía la han casado con la palabra nocturnidad y ya parece que no se puede ser alevoso con las claras del día. A las diez todavía se puede decir qué mal he dormido hoy, pero a las once ya muy mal tiene uno que haber dormido como para estar todavía con esa cantinela. A las once acaba la oferta de zumo, café y tostada de mi cafetería de guardia, y eso que les tengo dicho que lo suyo es prolongarla hasta las doce, que los turistas se levantan tarde. Es al contrario, me dice el encargado: se levantan al alba para aprovechar la jornada. A las once ya se ha instalado la luz definitiva del día, se han disipado las brumas y la mañana comienza a perder la batalla. A las diez abren los comercios. Esa España que madruga porque cada día levanta la persiana, por lo menos en mi barrio, no lo hace hasta las diez. Otra cosa es que trabajes en un banco, donde ya a las ocho o nueve de la mañana comienza el duro trabajo de no atender a nadie.

No sabemos si Sánchez y Feijóo han aprovechado el día. Al Rey le han dado la mañana. Contempla uno en el Telediario el trajín del Rey y de los edecanes abriendo y cerrando puertas. Que no sabemos si son nobles puertas de madera o puertas de madera noble. Y la contemplación ya cansa por repetitiva, por tener ese punto melancólico que a veces tiene lo inútil. Vemos a un árbitro, el Rey, que hace 6 años amonestó al independentismo en un discurso pero que no puede pitar penalti ni sacar tarjeta. Si acaso sacar el catering. Antaño se decía “por tus obras te juzgarán”, pero ahora a uno lo pueden juzgar por su catering, que puede convertir el evento en un éxito o en un tristerío inigualable. No es Zarzuela una fiesta. Tal vez de noche.

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