El correo americano

El sufrimiento de Jordan Peterson

Xabier Fole

Xabier Fole

Jordan Peterson lloró en el programa de Piers Morgan. Ocurrió cuando el periodista le recordaba al psicólogo lo mucho que le aprecia la gente. Morgan, un perro viejo del sensacionalismo británico, vio venir el derramamiento de lágrimas, tan eficaces en televisión, y siguió ahondando en los sentimientos de Peterson. Este último confesó estar abrumado por el cariño. Por la responsabilidad. Morgan parecía comprenderlo: “Es que eres muy consciente de la influencia que tienes”.

Peterson se hizo famoso tras la publicación de 12 reglas para la vida, que fue un bestseller internacional, y, sobre todo, gracias al papel que ha ejercido como verdugo del feminismo y la izquierda identitaria. El profesor canadiense de psicología, en su cruzada contra la corrección política y el marxismo cultural, se convirtió en un intelectual público (“el más influyente en Occidente”, en palabras del economista Tyler Cowen), aunque más conocido por sus entrevistas y sus vídeos de YouTube que por su obra escrita, y, quizás sin proponérselo, se consolidó también como un referente de la derecha.

La escena en el programa de Morgan resulta, sin embargo, preocupante. ¿De qué se emociona Peterson? ¿De su influencia? ¿De cuánto le quiere la gente? ¿De lo emocionante que es estar emocionado? Peterson dice que la temprana fama que adquirió es muy destructiva. Y efectivamente lo vemos. Su destrucción. La de un líder de opinión sobrepasado por su propio éxito. La de un hombre devorado por el personaje que aduladores y detractores construyeron.

Peterson ha llorado en muchas ocasiones por distintas razones y en distintos foros. Ha llorado por “los horrores que acompañan a la pérdida de la fe en el individuo”. Ha llorado por “la desmoralización de la juventud”. Ha llorado por los hombres que son incapaces de ser atractivos para las mujeres. Ha llorado por “lo fundamental que es el dolor”. Ha llorado por “la venganza contra Dios por el crimen de ser” (?). Ha llorado porque la directora Olivia Wilde se inspiró en él para el malo de su película Don’t Worry Darling. Ha llorado cuando una entrevistadora le contaba que gracias a él su vida había cambiado por completo. Ha llorado describiendo “el significado de la música”. Ha llorado hablando de Jesucristo. Y ha llorado cuando le preguntaron, con toda sencillez, qué tal estaba.

Porque Peterson no ha estado bien. En 2019, después de que le descubrieron un cáncer a su mujer, se hizo adicto a los antidepresivos y pensó en suicidarse. El tratamiento de desintoxicación lo puso más de una semana en coma y al borde de la muerte. Sin embargo, una vez recuperado, Peterson apareció de nuevo en la esfera pública con más vídeos y con un nuevo libro, otras doce nuevas reglas para vivir. Peterson le dijo a Morgan que cree que cayó enfermo por la presión que siente al saber lo que significa para la gente. Porque él tiene “más de lo que nunca se pudo imaginar”.

En el programa de Morgan lo presentaban como una rockstar intellectual. Pero Peterson, tanto en el estilo como en el contenido, es un predicador. El intelectual que merecen nuestras guerras culturales. Pragmático y sentimental. Provocador y susceptible. Elocuente y demagógico. Contra el victimismo hasta que lo convirtieron en villano. Contra las políticas de identidad hasta descubrirse a sí mismo como “la voz de los marginados” (heterosexuales jóvenes, blancos y solitarios).

Hace unos años, un chico aparentemente enfermo y desesperado se dirigió hacia Peterson mientras este daba una charla en una universidad evangélica. Decía que quería conocerlo porque no se sentía bien. Y Peterson era la persona que parecía tener todas las respuestas. Aquel día, temblando y visiblemente afectado por ese grito de auxilio, no pudo hacer nada. “Ojalá encuentres la ayuda que necesitas”, le dijo. Ojalá la encuentre también Peterson. El espectáculo de su sufrimiento forma parte del precio pagado por la fama. Otra adición más. La de quien se emociona cuando habla de sí mismo y de su importancia, dependiente del afecto y los elogios de la tribu.

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