Shikamoo, construir en positivo

Las imágenes, el odio y la industria de la guerra

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Volvemos a vernos, desde el pasado sábado, en estos últimos días de octubre de 2023. Poco queda para el cambio de hora, que les confieso que a mí me vendrá bien porque eso de salir a hacer deporte a las siete o siete y pico de la mañana a veces es complicado con todo tan oscuro aún. Tampoco queda ya nada para el 1 de noviembre, fecha mágica que yo siempre asocio con impresionantes días de otoño en la montaña. Todo eso llegará y, antes de que nos demos cuenta, estaremos despidiendo el año. Un conjunto de doce meses que nos han dejado de todo menos indiferencia, porque cuando parece que nada puede sorprendernos ya... aún hay más.

Y uno de los temas más en el candelero en estas fechas, con su correspondiente huella audiovisual, es la guerra. O las guerras, vaya. Sobre todo, en estas latitudes, las que nos tocan más de cerca: Ucrania y Gaza. Pero sin olvidar la importante cantidad de conflictos abiertos y en fase aguda, o enquistados y más silentes. Lo cierto es que la Humanidad se las ha arreglado para guerrear y matar desde el comienzo de los tiempos. Y estos que vivimos, queridos y queridas, no son diferentes.

Todo ello amplificado, además, por dos ingredientes básicos en las contiendas de hoy en día. El primero, la propaganda y su gran aliada: la comunicación en tiempo real. Y es que las imágenes que nos llegan hoy de los escenarios en conflicto son, directamente, desoladoras. No se puede ser sensible y pretender ver cientos de cadáveres amontonados, ejecuciones en directo o el contemplar en acción a la maquinaria de guerra que lo destruye todo, incluyendo las vidas y los sueños de tantos seres humanos. Tendemos a apartar la mirada. Pero eso tampoco ayuda...

El segundo de esos elementos es la industria que está detrás y se lucra con todo ello. Pero no una industria cualquiera, sino una especialmente poderosa. Porque tengan ustedes claro que hay personas que viven de la guerra, de fomentarla y de instilar una cultura del odio y la desconfianza, que haga que las facciones en liza tengan que armarse hasta los dientes. Todos perdemos en la guerra, pero estos mercaderes de la destrucción siempre ganan. Por mi formación científico-tecnológica, tengo compañeros de estudios que han terminado en la industria de la guerra, aunque sea en un escalón un tanto alejado del producto final, el de la investigación básica. Pero si uno investiga en guiado por láser, pongamos por caso, y tiene proyectos clasificados como secreto, mucho dinero a su disposición y firma cláusulas de confidencialidad muy exigentes, tampoco hace falta mucha cabeza para imaginar dónde van a terminar sus resultados y creaciones. Y a mí eso, se lo confieso, siempre me ha dado un gran repelús.

La industria de la guerra es un lobby de proporciones descomunales. Y, aunque opera de forma discreta, debe de estar aplaudiendo con las orejas en estos últimos tiempos que estamos viviendo. Porque cada ataque, cada razzia, cada incursión y cada campaña significa no miles sino millones o miles de millones de dólares de beneficio. Lo peor es cuando los señores y adalides de esta industria de la guerra se sitúan en puestos políticos clave, con capacidad de decisión, y pueden llevar a sus pueblos al conflicto y a la barbarie con la mirada puesta en su bolsillo. Y de eso hay hemeroteca, con casos muy de actualidad y también hemos tenido algún escándalo en nuestro rincón patrio. La industria de la guerra tiene tentáculos verdaderamente potentes y capaces de infiltrarse en lo más recóndito. Y lo hace.

Y, como telón de fondo en el que esa industria opera, con el resultado de las dantescas imágenes que hoy ilustran las crónicas que vienen de diferentes puntos del planeta, el odio. Ese que proviene del miedo, que a su vez se sustenta de la ignorancia y el desconocimiento. Porque cuando no conoces al otro, le temes. Y, cuando así es, terminas odiando. Y de ese ejercicio mutuo de desconfianza y pavor proviene el conflicto, alentado por quien juega con fuego y es pirómano, como así podríamos definir a muchos de los líderes políticos en puestos clave y que están conduciendo a sus países a la deriva más belicista y, a la vez, más autodestructiva posible. Algo, sin paliativos, horrible.

No aprendemos. Seguimos generando odio, y cosechando las peores imágenes posibles. Y justamente ahí, en ese letal escenario, hay quien ve cómo sus acciones suben y sus bolsillos engordan. No todos venden armas. Algunos son presuntamente inocentes bancos o fondos de inversión, que atesoran en su cartera inversiones en los sectores más perversos, sin que sus ahorradores lo sepan. Es necesario un alto nivel de discernimiento, y ser capaces de separar el grano de la paja. Porque hay quien sigue sembrando y sembrando guerra, y nos está haciendo a todas y todos cosechar más y más tempestades... Infinitas, cruentas y destructivas tempestades, que podrían no existir si se hubiese buscado la paz hasta la extenuación, por encima de todo, y se hubiesen conducido muchas cosas de otra manera... Ah, y si los más matones no estuvieran multiplicando sus fortunas personales a cuenta de todo ello... Sin ningún tipo de escrúpulo. Luego nos los presentarán como casos de éxito. Ya ven...

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