Inventario de perplejidades

Democracia interior, fascismo exterior

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Los defensores de la causa israelí suelen utilizar como argumento definitivo para concluir (o iniciar) un debate que el Estado judío es “la única democracia en Oriente Medio”. El resto de los que la rodean son sátrapas mahometanos que le fueron hostiles desde su fundación en mayo de 1947, cuando empezaron a abrirse paso violentamente en territorio palestino desalojando a los que lo habitaban desde hacía siglos.

En los años transcurridos hasta hoy (2023) las fronteras del nuevo Estado se fueron modificando por la fuerza de las armas hasta el punto de convertirse el mismo en una potencia nuclear, aunque nunca reconoció esa circunstancia (el lector curioso podrá leer un artículo titulado Mi primo Paco y la bomba, publicado hace días en las páginas de este periódico). Oficiosamente se le atribuyen al menos 20 artefactos nucleares guiados por misiles, y tres submarinos nucleares que recorren permanentemente las aguas de siete océanos en labores de vigilancia. ¿Necesita un Estado con 9 millones de habitantes ese terrorífico arsenal para defenderse de hipotéticos enemigos? ¿No le llega con la amistad inquebrantable de los Estados Unidos de América del Norte, de Gran Bretaña, de Francia y de la OTAN, a quienes, como a las naciones derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, (Alemania, Italia, Japón…) les impuso una forma de actuar que incluía severas restricciones en el desarrollo militar?

Lo cierto es que, desde su nacimiento, el Estado hebreo gozó de mejor trato que otras naciones, hasta el punto de parecer una de ellas. Participaba en competiciones deportivas, festivales, olimpiadas, certámenes y cualesquiera otros espectáculos reservados a la ciudadanía europea como Eurovisión. Y negarse a su reconocimiento diplomático tampoco salía gratis. De hecho, no reconocer al Estado de Israel, como tampoco lo hizo Franco, estuvo entre las causas que pudieron haber provocado la forzada dimisión del presidente Adolfo Suárez y del intento de golpe de Estado de febrero de 1981.

Dejando a un lado la historia del pueblo judío y la dispersión universal que supuso la Diáspora, así como la abundancia de talento y sentido comercial atribuido a su raza, merece comentario la afirmación de que “Israel es la única democracia en Oriente Medio”. Opinión cuestionable. No conozco, excepto por lecturas y por testimonio de gente que estuvo allí, que es una sociedad fuertemente militarizada, que hay una relativa libertad de prensa, y que renuevan cada cuatro años a sus gobernantes mediante votaciones secretas. ¿Vale ese solo botón de muestra para concluir que Israel es una democracia? No estoy muy convencido. Todos somos testigos de la violencia y de las atrocidades con las que actuó su ejército si hemos de creer las imágenes que nos sirven las agencias, y los enviados especiales de los periódicos que llaman “de calidad”. Por supuesto que no es solo el Estado de Israel el que practica ese doble juego. Hacia el interior de sus fronteras permiten representar los modos y maneras que suelen usar los demócratas, pero hacia el exterior se comportan con una brutalidad inaudita.

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