La derecha que ya no es de derechas

Miqui Otero

Miqui Otero

No les gusta el Rey, no les gusta el Papa de Roma, no les gustan las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Pero ¿qué les gusta? Y, sobre todo, ¿qué será lo siguiente? ¿Considerar infanticidio el cochinillo de Segovia? ¿Liberar toros de lidia de la ganadería de Victorino Martín? ¿Vandalizar los testículos del toro de Osborne de Cabanillas de la Sierra? ¿Degustar un chuletón vegano? ¿Quemar fachalecos como las feministas hicieron arder sujetadores? ¿Encadenarse a los leones del Congreso para subir los impuestos de sucesiones y montar barricadas para elevar definitivamente el salario mínimo interprofesional? ¿Destrozar con una apisonadora bulldozer, como los grupos ultracristianos hicieron con los de los Beatles, discos de José Manuel Soto?

La derecha española vive en tal estado febril, tan entregada (por acción u omisión) a sus sectores más fascistas e ignorantes, en tan desatada demasiada pasión por lo suyo, que está empezando a atacar precisamente sus símbolos. Un delirio magnífico que se resume en una imagen de la trifulca de Ferraz: una manifestante tras una bandera del aguilucho gritando que “esto es una dictadura”.

Santiago Abascal llama al papa Francisco Ciudadano Bergoglio, Losantos prefiere referirse a él como Tonticristo (y como sujeto despreciable y como Papa siniestro) y, en general, los que viven y piensan siempre en la zona del lavabo (al fondo y a la derecha) no consideran al argentino su líder espiritual. Lejos quedan los tiempos de la Jornada de la Juventud de 2011 en Madrid, donde sus adeptos gritaban: “Soy drogadicto, mi droga es Benedicto”. No cuestionan solo la institución de la Iglesia, sino también a la monarquía. Es cierto que la derecha española no siempre ha sido monárquica, pero es curioso ver cómo, tras proponer Felipe VI a Pedro Sánchez como candidato a la investidura, el Rey ha pasado a ser llamado Felpudo VI (incluso se han llegado a fabricar alfombrillas de casa con esa leyenda, parecidas a las que hicieron con Dejar el Perro Sanxe fuera). Otros, decepcionados, han llegado a decir que si gobiernan los socialistas, el Rey tendría que exiliarse en Lisboa, han apuntado que lo consideran ya el Príncipe, pero de las galletas de chocolate y lo han definido como planchabragas, por la influencia de la Reina Roja.

Pero si algo faltaba, verdaderamente, y a la espera de que se cisquen también en la judicatura, es como se han ensañado en los últimos días con la policía que controlaba las manifestaciones contra la amnistía en Ferraz. Allí se han visto especímenes con cascos de tercios y escudos de Capitán América, yayos con pinta de Harry Dean Stanton en Blue Velvet (gritando, por debajo del respirador: “España ha despertado, hijos de puta”) y boscos con alma de anarquista italiano gritar a las fuerzas de seguridad del Estado traidores y perros, sobreactuando como en un cruce entre Apocalypse Now y Hostal Royal Manzanares. Y, lo más gracioso, “piolines”. “Os tenían que haber hundido en el mar de Barcelona, piolines”, les han dicho.

En paralelo, se ha dado la curiosa situación de una izquierda joven reivindicando la elegancia y el feminismo de la princesa de Asturias (¡Dilo, reina!) y a sus líderes (de Yolanda Díaz a Pablo Iglesias, pasando por Pere Aragonès) compartiendo una sola cosa: su devoción por el sumo pontífice. Espero ver pronto, en fin, a Rafael Hernando en la bancada del PP con mullet y vistiendo una camiseta donde se leerá ACAB (por All Cops Are Bastards, o por All Cayetanos Are Boscos) y a Cuca Gamarra pidiendo en euskera la beatificación de Manolo Kabezabolo. Como sigan así, tienen mi voto.

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