hikamoo, construir en positivo

España: camisa blanca, camisa negra

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Tengan ustedes muy buenos días. Les saludo una vez más en esta nueva edición del periódico, en la que volvemos a hacer efectiva la magia de la comunicación. Porque, aunque la misma ha de ser bidireccional por definición, alguien tiene que comenzar a hablar… Pues ya lo ven, aquí queda este testimonio para que ustedes lo diseccionen y analicen. Consideren esta columna, como siempre, como una pieza en ese ejercicio de diálogo, sabiendo que ustedes pueden también aportar para, juntos, combinar lo dicho y así explorar nuevas esferas de pensamiento.

Por mi parte, les confieso que ando preocupado. Ya saben que le tengo un profundo respeto a todo lo que provenga de la voluntad del pueblo, expresado mediante la acción de sus representantes. Soy de los que creen que, frente al rodillo de las mayorías absolutas, precisamente la pluralidad y la diversidad representan una mejora en clave de una más fácil convivencia. Y, con la mente abierta, es importante no olvidar que nuestro contexto nacional es profundamente diverso y diferente. Y que tendremos que sentarnos y hablar y volver a hablar para nunca perder la perspectiva del necesario diálogo para entendernos. Y es que el futuro está por escribir, y todo aquello que venga desde el respeto y la participación colectiva será bueno.

Por eso mi inquietud. Porque veo la enorme polarización de la sociedad en muchos campos, algo que ya he compartido con ustedes muchas veces. Pero muy especialmente, y hoy me centraré en ello, esto se palpa en las reacciones al actual camino emprendido para formalizar un nuevo Gobierno para el país, después de unas elecciones generales libres, justas y pulcras desde el punto de vista técnico. Una senda de investidura no exenta de dificultades y en la que, seguramente, no exista la pureza. Porque todas las opciones perderán en la consecución de la necesaria mayoría, sea esta cual sea, fruto de la natural lógica de pactos, que implican cesiones. Pero sin que se pierda la perspectiva del parlamentarismo y el diálogo, que nunca justifican ni violencia ni un sesgo que la promueva o la consienta.

Comprendo que el actual estado del proceso de diálogo y cierre de pactos entre los diferentes partidos políticos no guste a una parte de la sociedad, mientras que a otra sí. Es el derecho de cada uno de ellas. Pero, a partir de aquí, todo lo que se quiera cambiar tendrá que ser a partir del natural entendimiento entre los representantes políticos, que tienen la misión y el deber de articular tal diálogo y consecución de los escenarios oportunos para que exista gobernabilidad. Lo que no se puede hacer es apostar por un enfrentamiento que, aunque en el corto plazo pueda ser considerado como una victoria política, siempre engendrará nuevos conflictos. ¿No lo aprenderemos alguna vez?

He permanecido atento a la pequeña pantalla observando las evoluciones de los manifestantes en las inmediaciones de la sede socialista de Ferraz, y mi preocupación ha ido en aumento. Porque si viese únicamente, como seguro que allí también había, personas tranquilas que querían expresar una preocupación o un punto de vista con su concurso, lo entendería. Y esto incluso a pesar de que tales concentraciones no fueron autorizadas, en función de su planteamiento y riesgos. Pero lo que saltaba a la vista ponía los pelos de punta: individuos enmascarados realizando saludos fascistas y protestando, paradójicamente, por lo que llaman “dictadura”. Personas enfrentándose a la policía, lanzando objetos y atentando gravemente contra el orden público. O lanzando consignas graves como la amenaza de quemar la sede socialista, entre otras… Una triste y preocupante embajada que, de por sí, resta legitimidad a cualquier reivindicación que enarbole.

Sé que todos los que estaban allí no eran de tal guisa, pero si la alternativa a la actual construcción de una nueva mayoría parlamentaria es lo que se ha visto estas noches en el centro de Madrid, suena muy mal y hasta mete miedo. No puede ser que el vociferar consignas caducas y retrógradas e incluso puede que constitutivas de delito de odio, por mucho que vayan envueltas con una bandera que se supone ha de aglutinar al conjunto de la sociedad, sea la tarjeta de presentación de nadie que aspire a algo serio. No, porque hacen falta todas las ideas para hacer que nuestro grupo humano sea cada día mejor. Pero no desde las barricadas o desde el desorden, sino desde las ideas. Desde el parlamentarismo, el discurso y los hechos. Desde la buena praxis y la capacidad de cada uno de los actores en liza para seducir con sus ideas al conjunto de la ciudadanía.

¿No tenemos suficientes mimbres en la Historia y en la actualidad para ver el desastre que se produce cuando se desarrolla la espiral de la ignorancia, el miedo y el odio? Recuerden que cuando no conocemos bien al que está enfrente y no somos capaces de ponernos en su lugar, terminamos teniéndole miedo. Y de ahí al odio sólo hay una línea muy fina, que ha sido lamentablemente sobrepasada en multitud de ocasiones. Sucedió en los Balcanes, ocurre desde hace mucho en el conflicto de Oriente Próximo, y ha trufado multitud de guerras fratricidas en los cinco continentes. ¿Hablamos de Guatemala? ¿Y de Argentina? ¿Quieren que lo centremos en las terribles matanzas de los noventa en Ruanda? Pues todo ello, siendo bien diferente, parte de la misma semilla: la falta de entendimiento y el recurso a la violencia, en vez de darle las oportunidades que haga falta a la palabra. Y esto también es crucial ahora en nuestro país. Porque la polarización excesiva de la sociedad en esta España de camisa blanca y camisa negra, sólo nos traerá desgracias. Fuera certezas absolutas, y sentémonos a hablar.

¡Viva la democracia! Y, en democracia y desde el respeto, cualquier resultado tiene legitimidad y vigencia.