Shikamoo, construir en positivo

Ni Blas ni Fraile

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

¡Buenos días! Déjenme que dedique también este año una columna, como he hecho ya en alguno de los anteriores por estas fechas, a este fenómeno de nuevo cuño por estas latitudes denominado innecesariamente en inglés “Black Friday”, al que algunos nos referimos con retranca como “Blas Fraile”, y que podría ser traducido perfectamente al castellano como “Viernes negro”. Un recurso puesto en marcha a bombo y platillo, y con una ingente inversión publicitaria detrás, para continuar con un proceso que está destruyendo, literalmente, no sólo la economía del pequeño y mediano comercio, sino incluso la lógica de las ciudades y pueblos tal y como hoy los conocemos. Una pena... que empezó teniendo como marco un único viernes y que ya se ha extendido a mucho más...

Partamos de la base de que nada es inmanente, como ya hemos sostenido una y mil veces aquí hablando de temas bien diversos. Por eso que la sociedad mude sus hábitos no debe extrañarnos, y menos si es al calor de una tecnología de la comunicación hasta hace nada casi en pañales. La compra “en línea” ha irrumpido con fuerza desde que es posible asegurar tal tipo de transacciones con eficacia y con un riesgo relativamente bajo. Y, a partir de ahí, gran parte de nuestra sociedad se ha echado en brazos de cuatro multinacionales -simplificando- que copan diferentes mercados, auxiliados por un ejército de camiones y furgonetas que hacen posible el milagro... De acuerdo, supongo que es parte del cambio... ¿Entonces por qué planteo mi preocupación al respecto? ¿Tendré prejuicios? ¿Por qué se lo cuento de tal guisa?

Creo que, ante tal propuesta de cambio radical, la clave es la voluntad del consumidor y, por tanto, de la ciudadanía. Si cada uno de nosotros y nosotras optamos por un modelo de consumo eminentemente presencial y ligado a la pequeña distribución, el resultado será una determinada conformación socioeconómica de nuestro entorno. Y si, en cambio, vamos por otra senda, la fotografía será diferente. Y aquí es donde quiero poner el acento en todo este discurso. Obviamente, cada uno es dueño de hacer lo que prefiera, pero ha de ser consciente -que no siempre es así- de que con sus actos estará cambiando literalmente lo que vaya a poder vivir luego y lo que no. Y la imagen del comercio cerrando sus puertas, de la hegemonía de lo cibernético y, a la postre, de una cada vez más exagerada concentración de la riqueza -y, por ende, de la pobreza- en nuestro entorno, es palmaria, ligada a estos nuevos modos. ¿Es eso lo que queremos? Yo no. Me interesa más un paisaje más equilibrado y sostenible.

¿Y por qué ligo el fenómeno del “Blas Fraile” con tal concentración y con la compra “en línea”? Fíjense en que si el pequeño y mediano comercio se han metido a ello, es porque no le ha quedado más remedio después de que los gigantes introdujesen tales campañas, desplazando a las “rebajas de toda la vida”. Y son precisamente estos grandes quienes están, cada vez más, en lo cibernético, no dudando en cerrar cientos o miles de tiendas de golpe —los que las tenían, que otros operan ya sólo en red— cuando los números les muestran un diferencial de rentabilidad entre lo presencial, la “lluvia fina”, y su negocio “en línea”. Algo que incluso excede el ámbito de lo comercial, y donde han entrado incluso las entidades de corte social... Como alguien me dijo a mí alguna vez... ¿para qué voy a pagar los enormes costes de “estar”, cuando uno ya puede tener incluso más visibilidad sólo en red? Todo depende del modelo de comunicación, de cualquier tipo y con cualquier fin, que uno quiera practicar... En el comercio y en lo que sea. Observen las estadísticas publicadas, y verán la enorme evolución de las transacciones no presenciales...

Así las cosas, campa a sus anchas el “Blas Fraile” y su cada vez mayor pastel vía web o apps... mientras el comercio languidece y, como consecuencia, las ciudades se vuelven cada vez menos amigables, con calles más desiertas y con menor nivel de relación real entre las personas. Seguimos así apostando por ese triste proceso de sustituir el carbono en nuestras vidas (nuestros congéneres) por el silicio de las máquinas, y las interacciones con personas —incluso en el proceso de comprar— por cuatro “clicks” y un procedimiento aséptico e inanimado al otro lado de una pantalla. Algo que no le sienta bien a una especie, el Homo Sapiens, netamente social por definición y por necesidad, cada vez más aquejada de depresión, ansiedad y... soledad.

Conmigo que no cuenten para el “Blas Fraile”. No necesito nada ni pienso renovar objeto personal alguno, que no tienen que estar a la última, sin que la acción de comprar me aporte esa felicidad impostada que dimana de los bustos parlantes -la mayoría ya también cibernéticos- con que nos bombardea la publicidad. Si necesito algo o si un artículo me parece importante para mí, si puedo, lo compro, y ya me moveré yo en mi entorno para obtenerlo. Y si no, no. Y no modifico ni mis hábitos ni mis gustos ni mis intereses por mucho que intenten seducirme con nuevas formas de adquirirlo, urgentes y apasionadas, cuando creo sinceramente que es importante no caer en la compra compulsiva ni en ese desesperado intento de seguir manteniendo la rueda de un consumo imposible e inviable, que está haciendo trizas a nuestra sociedad.

Nada de “Feliz Blas Fraile”. El “Blas Fraile” no existe. Es un montaje publicitario para vender más y enriquecerse más. La felicidad va por otro camino, que cada uno —según sus experiencias, sus convicciones y metas, y con la mejor compañía posible— tendrá que explorar, padecer y disfrutar. ¡Buena suerte en tal andadura y tonterías, pocas!