El correo americano

El archivo del mañana

Xabier Fole

Xabier Fole

Christopher Nolan advirtió estos días sobre el peligro de que algunas películas y series que solo se estrenan en plataformas de streaming acaben desapareciendo. La mayor parte de estas obras no tienen una versión en DVD o Blue-ray. Por lo tanto, si la plataforma decide eliminarlas de su menú, no habrá manera de acceder a ellas. Esto no solo es un problema para los espectadores, a los cuales se les priva de conocer (o revisitar) ciertos productos culturales, sino que también supondrá una inmensa pérdida de documentos audiovisuales, pues estos no se podrán guardar, registrar y catalogar, generándose un buen número de lagunas en la historia del cine y la televisión.

Conservar las películas en soporte físico nos permite regresar a ellas cuando lo necesitamos. Tenemos la garantía de que están ahí. La colección es un tesoro que va ganando valor con el tiempo; se acumulan recuerdos y experiencias, reflejándose en él una educación sentimental. Para quienes crecimos en la era del VHS, el videoclub era un lugar al que recurríamos, además de para ver de nuevo lo ya visto, para hallar el material que no podíamos ver en el cine o grabar en la televisión, o que nunca se estrenaba en los cines, ya que algunas películas solo se distribuían en vídeo. La aparición del DVD, con sus extras y sus comentarios, sus documentales y sus ediciones especiales, constituyó un gran avance para los aficionados más curiosos, al añadirse detalles sobre los procesos de elaboración, como entrevistas y anécdotas del rodaje.

Guillermo del Toro dice que tener películas en DVD o Blue-ray es una forma de proteger la cultura, de evitar su destrucción, pues así se custodian las cintas para las generaciones venideras. Algunos cineastas temen que, con el tiempo, sus obras resulten inencontrables. Las series y películas que Mike Flanagan hizo para Netflix, por ejemplo, no se pueden adquirir en otro formato. El director de La maldición de Hill House piensa que los llamados “piratas”, aquellos individuos que se dedican a crear ediciones no oficiales al margen de las plataformas, puede que sean, quién lo iba a decir, la única esperanza que nos quede para la preservación del patrimonio artístico.

Sucede con las películas lo mismo que con los libros. Poseerlas es establecer una relación con ellas; formamos parte de su historia como receptores activos, salvándolas de las purgas del mercado antes de que las retiren de las tiendas y los almacenes. Esto requiere un esfuerzo económico pero también intelectual, así como compromiso y dedicación. Gracias a las plataformas de streaming, ahora tenemos acceso a una amplia gama de películas y series de todas las épocas. Este es un hecho indudablemente positivo. Algunas de estas plataformas, además, se han atrevido a financiar proyectos ambiciosos que los grandes estudios rechazaron; las especializadas en cine de género lograron rescatar contenido extraviado y apostaron por cineastas independientes en su producción propia.

Pero la forma de consumo, marcada por el algoritmo y la sobreabudancia de ofertas, también ha cambiado nuestra relación con las películas y las series que vemos; es más efímera y menos personalizada. Nos evita aquel proceso antiguo, en ocasiones largo y laborioso (aunque también muy estimulante), a través del cual nos educábamos. El soporte físico, sin embargo, sirve para luchar contra el olvido; con él se cultiva la memoria y se transmite conocimiento. Es, también, la prueba de que una obra existe. Un pedazo de historia cultural colocado en una estantería. El archivo del mañana.

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