Los matan como a chimpancés

Miqui Otero

Miqui Otero

Al final de esta columna podrás decidir si tu bisabuelo era un chimpancé o un bonobo. Y en tu respuesta, aunque aún no lo sepas, estará todo lo que piensas del mundo y de su futuro. Pero antes déjame que te cuente una historia. La leía este puente en The Long Read, la sección de textos largos que ofrece el diario británico The Guardian.

Pasó hace un año en el parque zoológico Furuvik, en Suecia. Durante 72 horas trepidantes, siete chimpancés huyeron de sus recintos y camparon por el parque. El protocolo del lugar obligaba a sus trabajadores a confinarse para no correr peligro y, también, a localizarlos y reducirlos como fuera. Este thriller de primates, que se lee con el corazón en un puño, lo tiene todo. Horas luchando contra los 15 grados negativos de temperatura y contra la inminencia de la caída de la noche, con la incorporación de francontiradores y drones de bomberos y el cerco de dos monos al lado de un tiovivo, pero también con énfasis en los sentimientos de los que habían cuidado a los fugados hasta ese momento. El titular podría sintetizar fríamente el asunto, como sucede con los despachos informativos de un conflicto bélico: con el número de bajas y las armas empleadas. Pero aquí todo coge otro vuelo. Arranca con la historia de Linda, chimpancé adoptada por una familia en Liberia y que viajó a Suecia en avión años después, cuando después de una infancia jugando (hasta montando de paquete en la bici) con los hijos de la familia empezó a suponer un peligro para el vecindario.

Para sentir lástima por alguien hay que saber su biografía, así que accedemos a la de los siete. Por ejemplo, Torsten, repudiado por su madre y adoptado por Linda, que durmió de bebé en brazos de las cuidadoras del zoo y al que en su segundo cumpleaños le regalaron una tarta de bolas de nieve con vegetales como velas. O Santino, un chimpancé con una inteligencia fuera de lo común, que había despertado la curiosidad de la gran Jane Goodall, pero también con una acusada vena artística: le encantaba pintar y hasta la princesa Victoria era fan de sus lienzos abstractos.

Es decir, la historia de la fuga y captura de los chimpancés del zoo sueco nos conmueve cuando entendemos lo que muchos primatólogos y etólogos han defendido siempre: no somos, por pasado evolutivo y herencia genética, tan distintos a ellos. Y si nos perturba mirar de frente a un gorila o a un chimpancé, es porque vemos en sus ojos lo que en realidad somos.

Resulta que, por razones que no vienen al caso, llevo un tiempo leyendo sobre el tema. En El mono desnudo, Desmond Morris expone que hay 193 especies de simios y monos, de las que 192 están cubiertas de pelo. La otra, que podría llevar por nombre el mono desnudo aunque lo solemos llamar Homo sapiens, tiene el cerebro (y también el pene) más grande.

En El mono que llevamos dentro, Frans de Waal va más allá: nos parecemos mucho a los monos en nuestra forma de luchar por el poder y el sexo, pero tradicionalmente se ha tomado a los chimpancés como nuestros antecesores.

Estudiado desde el siglo XVII, su comportamiento es jerárquico y violento, sexista e incluso racista, celoso y posesivo. Hasta tienen hombros anchos y cuellos gruesos, como de adicto al gimnasio. Pensar que venimos de ellos es concluir que el ser humano es sanguinario, adicto a la contienda, condenado a la lucha. En cambio, el bonobo, que se descubre de verdad en el siglo XX, es el hippy de la selva: son promiscuos, pacíficos, matriarcales. A veces se saludan con frotamiento de clítoris o con esgrima de penes. Incluso su peinado con la raya al medio, como de empollón, y sus torsos esbeltos hacen pensar en seres sensibles que no quieren líos.

Es tan factible que provengamos de unos como de otros. Vemos a políticos golpeándose el pecho en la tele, pero un bebé llora cuando escucha un llanto en la cuna contigua. Solemos pensar que el hombre ancestral era ultraviolento, pero quizás habría encajado en Woodstock. Deshumanizamos a nuestro oponente para poder machacarlo (y el mejor ejemplo son las dos guerras en curso), aunque sea idéntico a nosotros en casi todo. ¿Ya has elegido si eres bisnieto del chimpancé o del bonobo? Yo solo creo que pensar que la raíz del hombre es la maldad es la mejor forma de desplegarla con coartada. Y también que somos una mezcla de chimpancé y bonobo, aunque el belicoso panorama mundial actual ridiculice esa intuición.

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