Bendiciones papales

Antonio Papell

Como es conocido, el Pontífice autorizó el lunes pasado que los sacerdotes puedan bendecir a las parejas homosexuales siempre y cuando esta bendición no se equipare de ninguna forma al matrimonio, que sigue estando reservado, para la doctrina católica, a la unión entre un hombre y una mujer. El Vaticano lo establece a través de un documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe, el organismo encargado de regular la moral católica, que avala las bendiciones como un gesto de “proximidad pastoral”, tanto para las parejas “en situaciones irregulares” como para las parejas del mismo sexo. Se trata de una declaración, un documento de alto valor doctrinal, y representa un gran cambio respecto a la postura de la Doctrina de la Fe en 2021, cuando el antiguo Santo Oficio decretó que los curas no podían proceder de ninguna manera a tales bendiciones puesto que “Dios no puede bendecir el pecado”.

El documento toma toda clase de precauciones para que dicha bendición no pueda ser interpretada como un sucedáneo del matrimonio establecido como sacramento por la religión católica. Y así, para evitar “cualquier forma de confusión o escándalo”, las bendiciones nunca se podrán llevar a cabo al mismo tiempo que los ritos civiles de unión y “ni siquiera con las vestimentas, gestos o palabras propias de un matrimonio”. En cambio, se podrán impartir en otros contextos, como durante una visita a un santuario, el encuentro con un sacerdote, la oración recitada en un grupo o durante una peregrinación. La bendición a estas parejas deberá consistir en una “oración breve” y “espontánea” en la que un sacerdote podrá pedir “paz, salud, espíritu de paciencia, diálogo o ayuda mutua” a sus miembros.

Quienquiera que no esté cegado por una fe irracional comprenderá que esta mala solución a un problema candente no resuelve nada sino al contrario: subraya la discriminación que recae sobre las personas que no responden a los cánones ortodoxos de unas creencias mágicas. Las religiones pueden influir evidentemente sobre los comportamientos pero no sobre la biología, y esa persecución sistémica y secular de las minorías LGTBIQ+, que fueron quemadas en la hoguera no hace tanto tiempo y que todavía padecen persecución en docenas de países, no puede mitigarse mediante simples gestos de buena voluntad. El mundo real, cargado de misterios ontológicos que las religiones no resuelven, es como es, y los seres humanos, como muchas otras especies animales, no tienen una sexualidad uniforme sino que muestran un panorama diverso, en el que aparecen numerosas posiciones intermedias con independencia del objetivo de la procreación. La biología ya ha descrito con naturalidad la diversidad sexual sin que medie patología alguna, y empieza a dar respuestas al enigma que subyace en esta polimorfia. De cualquier modo, la sociedad moderna ya está asimilando, despacio pero sin pausa, que la sociedad es sexualmente compleja y que cada identidad es una faceta de esta diversidad con la que habrá que coexistir porque no hay razones para no hacerlo.

Las religiones del libro —judía, cristiana, musulmana— han acuñado una cultura sexual arcaica y misógina que nada tiene que ver con la ley natural y que ha perjudicado sobre todo a las mujeres, es decir, a la mitad de la población. En la tradición bíblica, la mujer es inferior y subsidiaria, depende del varón y es dominada por él, que es quien ejerce el imperio familiar. Esta tradición humillante que tiene milenios empieza a ser desmontada por los criterios de racionalidad que nacieron durante la Ilustración. Es un trabajo ímprobo acabar con la postergación de la mujer y equiparar la del varón en todos los aspectos de la vida: familiar, social, laboral, etc. Ni siquiera la maternidad puede generar secuelas que limiten la autodeterminación femenina. En este terreno, estamos avanzando con rapidez. Sin embargo, habrá que extender e intensificar la lucha por la equiparación de todas las opciones sexuales, que siguen sometidas a la humillación que siembra el pervertido machismo religioso de un estamento clerical que margina a la mujer y que criminaliza a quien practique formas de afectividad diferentes de las que se describen en el tópico general. En este marco, la “bendición” ofende a los señalados y no contribuye a poner fin a la exclusión.