Cuentos y Navidad

José María de Loma

José María de Loma

La cosecha de cuentos de Navidad ha sido este año irregular. Pasa como con la patata, que puede ser una cosecha temprana, mala, horrible, excelente o para ir tirando a ritmo patatero. Ya saben que publicar cuentos de navidad es una tradición que practican en la prensa unos cuantos articulistas, que convierten su sección, normalmente de asuntos políticos o de actualidad, en una historia propia de estas fechas. Un maestro del género es Ignacio Camacho, en Abc. El que escribió en 2022 comenzaba así: “Tuvo que retroceder las páginas del diario con la sensación de que se le había pasado algo por alto”. El de 2019 arrancaba: “Con los primeros fríos del otoño, el médico le había prohibido salir a la calle”. Este año, hace unos días, no ha faltado a su cita.

En una vieja carpeta azul tengo recortes o fotocopias de cuentos navideños de muchos autores, que basculan, no los autores, los textos, entre lo brillante, lo estrambótico, lo lacrimógeno y hasta lo erótico. Los hay que contienen personajes reales. A mí algunos años me ha gustado también perpetrar un historión sin caer, pero cayendo un poco, en el costumbrismo acostumbrado; eso sí, con unas gotas de surrealismo. Un buen cuento de Navidad se escribe con pasión, una copita de champán, los mazapanes cerca y mucho ruido en casa, como si estuviera uno en la redacción. Falta el jefe diciéndote, a ver si entregas de una pura vez el artículo. Pero en cambio tienes a toda la familia conminándote a sentarte en la mesa. El que escribí en 2022 comenzaba diciendo “he salido a la calle en busca de un personaje para mi cuento de Navidad. Y tras escrutar un poco el gentío me he decidido por un señor cuarentón, elegante, delgado y calvo”. Me pregunto qué habrá sido de ese señor. A lo mejor se metió en mi cuento y ya no supo salir y está ahí atrapado. No en su destino, en el destino que yo le inventé. Tal vez logró salir y entrar en el cuento de otro autor o lo mismo ha muerto atropellado en el cuento de un estudiante de filología que prueba suerte en un concurso de relatos de un pueblo cántabro. No descarten que haya engordado y se haya hecho un injerto de pelo. Estará hecho todo un personaje. Podría ser que ignorara que ha sido protagonista y sueñe con serlo, si no de un cuento, al menos de su vida. Son días excelentes para leer La mula y el buey, de Galdós, publicado en 1876. O también para no querer saber nada de la Navidad. De hecho, la Navidad es la mejor época para odiar la Navidad. El inconveniente de esto es que ya la Navidad dura dos meses y pico y entonces te pasas odiando un importante porcentaje del año. Mucho odiar, digo yo. Aunque no faltan quienes en realidad gozan estas fechas pero lo niegan. En efecto: tienen mucho cuento.

Suscríbete para seguir leyendo