Solo en casa con más de 40

Miqui Otero

Miqui Otero

Dejemos que mi hijo de seis años os cuente de qué va la columna: “La película se llama así porque va de un niño que se queda solo en casa”. En realidad se lo dice a su hermana, de tres, y hasta matiza un segundo después: “Está muy bien al principio, pero luego no, porque se queda solo en casa”.

Hablaremos, no querría dar más pistas, de Solo en casa. Si la idea de uno que está solo en casa ya parece el título de algún tipo de drama, añadamos que ese uno es un niño de ocho años, en Navidad, en pleno apagón eléctrico, con sus padres en un vuelo rumbo a París, con una pareja de ladrones rondando la casa y una especie de asesino con una pala gigante que echa sal en la nieve.

“Es un policía o es un hombre disfrazado de policía”, pregunta la pequeña, con una intuición ante el peligro descomunal (el policía es Joe Pesci, el delincuente intentando enterarse de si los McCallister dejarán vacía la casa en vacaciones). Kevin, el protagonista, tiene más miedo al sótano que a quedarse solo. Eso es lo que ves si eres el niño, claro. Si tienes mi edad, te fijas en otras cosas. Por ejemplo, la noche antes del viaje la familia pide pizza a domicilio. El tíquet es de 122 dólares. Al cambio actual son unos 251 pavos de pizza.

Uno se plantea, también, cómo pueden tener esa pedazo de mansión en las afueras de Chicago. Por lo visto, estudios recientes exponen que solo un 1% de la población de Illinois podría permitirse un casoplón así (y nueve billetes de avión a París). Debería ingresar unos 665.000 dólares actuales al año. Porque el muchacho nos cae bien, pero si no uno casi jalearía a los ladrones que quieren allanarla.

Así que empiezo a pensar que uno ve Solo en casa del mismo modo que vive la Navidad: como una aventura mágica e infantil o como una acumulación de gasto y angustia en la mediana edad.

Una vez se queda solo, el niño va solo al supermercado, donde compra una nutrida selección de primeras marcas. ¿Qué compraríais vosotros si os quedarais solos? “Gambas”, afirma la de tres sin dudarlo ni un segundo. “Gambas peladas. Y mandarinas, porque puedo pelarlas con las manos”, añade. De quedarse sola en casa, solo le preocupa no poder manejar un cuchillo. “Y plátano, porque no se puede pelar con la lengua pero sí con los dientes”, añade. OK. No es lo único: cuando Kevin pone la tele y aparece la famosa película de cine negro se sienten consternados, mucho más que cuando los ladrones acechan: “¿No tiene Netflix de niños?”, comenta el mayor.

Yo, en cambio, sigo pensando en el poder adquisitivo de los McCallister. Otra de las teorías que rondan por internet es que el padre es en realidad un capo de la mafia. Harry y Marv, los ladrones patanes, serían del clan rival. Que esto es así queda clarísimo en el hecho de que Macaulay Culkin (Kevin) no dice nada de lo que ha sucedido cuando todo acaba. El padre, además, descubre el diente de oro del ladrón en la alfombra, pero corre un tupido velo.

Además, Kevin trama planes y trampas con mente criminal. Quema coronillas y maneja bien la escopeta, en una suerte de edadismo sádico que machaca física y espiritualmente al dúo de cacos. Es curioso cómo pienso que en cualquier momento podría cargarse a uno (cuando le tira una plancha desde tres pisos arriba). Googleo para saber si podría tener consecuencias en un juicio. Por un lado, en Illinois rige la doctrina del castillo: puedes defender por la fuerza tu propiedad privada. No en vano, el mocoso dice: “Es mi casa y tengo que defenderla”, con tono de Charlton Heston en una convención del rifle. Solo los padres podrían tener algún problema con la ley, ya que no puedes dejar a un menor solo hasta los 14 años.

Como veis, no es lo mismo ver Solo en casa a los tres años que a los 43. Ahora me fascina la figura del hombre anciano que tanto miedo da a los niños del vecindario, pero que acabará salvándole la vida a Kevin. Se llama Marley, como el del Cuento de Navidad de Dickens, así que muy probablemente sea un fantasma del futuro. O, incluso, una versión anciana de Kevin: él mismo años después y tras vivir muchos problemas familiares. Y entonces, en la iglesia, anciano y niño compartiendo banco, Marley dice algo que me llega mucho más que el resto de la película: “Se puede ser viejo para casi todo, menos para tener miedo”. Para tener miedo y para la Navidad y para Solo en casa. Solo que cambian: los miedos, las fechas, la película.

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