‘Anatomía’ de ‘El otro lado’

Miqui Otero

Miqui Otero

Puede parecer casualidad o coincidencia, como sucede con muchos crímenes, pero el caso es que la mejor película y la mejor serie del año que acabamos de abandonar se construyen sobre el mismo suceso: un tipo cae por una ventana y muere, con la mujer como posible sospechosa y un hijo como único testigo.

Quizás podría hablar incluso de tendencia, como se hace en los artículos sobre el regreso de las riñoneras, los pantalones acampanados o los torreznos: ¿por qué nos ha dado por defenestrar a personajes en nuestras ficciones? El texto se podría remontar, para dar una pincelada culta, a las defenestraciones de Praga, con especial atención a la de 1618, con la que se inició la Guerra de los Treinta Años: tiraron a dos gobernadores imperiales por la ventana del castillo de Hradcany (lo gracioso es que cayeron sobre estiércol y no murieron).

Pero la película de la que hablo es Anatomía de una caída, de Justine Triet, que se alzó con la Palma de Oro en Cannes y que acaba de llevarse dos Globos de Oro. Allí, un matrimonio modélico vive en un casoplón de los Alpes franceses con su hijo casi invidente. Un día, el marido cae por la ventana de la buhardilla y el niño lo descubre ya muerto en la nieve. Y la serie es El otro lado, con Berto Romero al mando: un periodista del género de misterio reencuentra su vocación gracias al caso de un piso encantado en el Gornal, donde, entre otras cosas, descubrirá que el señor de la casa falleció tras caer por el típico patio de luces obrero.

La película analiza la quiebra de la felicidad de una familia burguesa y aislada, a través de la figura de una mujer liberada (novelista de éxito, feminista, bisexual, arisca), mientras que la serie plantea a una madre coraje (maltratada por su marido, con dificultad para llegar a final de mes, arisca también) que se enfrenta al desastre. Ambas, sin embargo, nos hablan mucho del mundo actual y usan los mecanismos de la ficción (del género de la autoficción en el primer caso y del paranormal en el segundo) para marcar los ángulos ciegos del caso, mantener la tensión narrativa y, de paso, retratar nuestro mundo.

La fría y precisa Anatomía de una caída utiliza la disección de una pareja para diseccionar el crimen y nuestra sociedad. La escritora, alemana, se enfrenta en el juicio a todo tipo de prejuicios (que no hable bien francés, que sea una mujer empoderada, que se dedique a la literatura). Y, sin embargo, no es una víctima: toda la película es una lucha entre su relato de lo que pasó (fue un suicidio) y el del fiscal (lo mató la mala mujer), y, de hecho, no se impone una verdad, sino que se premia al mejor o más creíble.

En cambio, El otro lado es una serie que casi inventa un tono o un color: una mezcla de humor serio y terror sin broma, graciosa y poética, que hace reír con la boca abierta y tapar con la mano los ojos. Sucede en uno de esos pisos, ocasional olor a col o sardina, donde a la hora del telediario se debe de oír una filarmónica de tenedores batiendo huevos en todos los pisos para la tortilla francesa del lunes. El piso es perfecto para el misterio: en sus imposibles pasillos pueden aparecer fantasmas, que también se pueden manifestar en cañerías embozadas y paredes de cocinas alicatadas demasiadas décadas atrás. Nacho Nieto (Berto Romero) se enfrenta a un caso de realismo social a través de lo paranormal (la apuesta es similar a una película muy infravalorada: Platillos volantes, de Óscar Aibar). Berto es aquí un Quijote, que creció con estas creencias y que con ellas se enfrenta a un mundo precario e injusto: su situación (caído en desgracia, intenta impulsar una especie de ruinoso pódcast de misterio) y la de la mujer del piso. Lo alucinante es que es tan ambigua como la sofisticada película francesa, porque al final uno se plantea si la mujer tenía derecho a matar a su marido maltratador.

No es casualidad ni coincidencia, aunque sí sea a su manera una tendencia, que estas dos grandes obras partan de una defenestración. Aún lo es menos que ambas reflexionen, en realidad, sobre qué relatos nos creemos y cuáles no en una época en que ya no cuelan las inocentadas el Día de los Inocentes (porque cada día es 28 de diciembre). Los listos dicen que antes, cuando creíamos en ovnis, éramos más tontos. Ahora, en esta época de fantasmones, nos tragamos todo y no pasamos de listillos, que son los tontos que se creen listos.

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