Shikamoo, construir en positivo

¿Cruceros de cero emisiones? En absoluto

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Les saludo de nuevo, queridos y queridas. Definitivamente han concluido las celebraciones asociadas a la Navidad, el Fin de Año y el Año Nuevo, se ha producido la vuelta a los colegios y muchos de los días libres pendientes de disfrutar en el ámbito laboral se han agotado. No hay más que ver el volumen de tráfico y actividad para confirmar que esto es así, y que las ocupaciones habituales llenan de nuevo la agenda del día a día en la ciudad. Mientras, los temas de siempre siguen copando las portadas de los diarios y, de cuando en cuando, también algo nuevo asoma en la actualidad. Sobre un episodio que ha ocurrido últimamente en la ciudad les propongo esta columna de hoy. Ahí vamos.

La cuestión comienza con la visita al puerto coruñés de uno de los cruceros más modernos de una de las más importantes compañías del sector, propulsado por GNL, gas natural licuado. Miles de turistas, amén de la correspondiente tripulación, llenan las calles en lo que es una actividad consolidada en esta y en otras ciudades costeras en España, Europa y el mundo en general. Sé que esto produce alegría no solamente en los responsables de dicha dinamización, como es lógico, sino en amplios sectores que se benefician de la afluencia de tantas personas. Imagino que parte de la hostelería —corríjanme si me equivoco— y una parte del comercio de la ciudad.

Como antecedente, muchas veces les he dicho que tal línea de actividad, vistosa y que produce beneficios importantes por su recurrencia y tanto por los ingresos para el Puerto como por las interacciones arriba descritas, es controvertida. Estos barcos, cuyos movimientos son exclusivamente por ocio y no por necesidad, suponen un vector contaminante muy destacado, con emisiones de gases de efecto invernadero verdaderamente importantes. Hay varios estudios comparando el nivel de emisiones del conjunto de cruceros que visitan los puertos españoles, versus la contaminación del parque móvil del país. Sin entrar ahora en el detalle de ninguno, la comparación es realmente asombrosa, con un peso del sector cruceros muy importante. Ante tal realidad, y en un marco de declarada lucha de emergencia contra la contaminación y, muy en particular, contra el cambio climático, he escrito más de una vez que deberíamos reflexionar, de forma sosegada, tranquila y plural, sobre la pertinencia de algunas de estas formas de turismo, consideradas estrella desde los estamentos de promoción turística y, en general, desde los poderes públicos. Y es que sorprende que, por una parte, a los particulares se les esté pidiendo un esfuerzo en la renovación del parque móvil, restringiendo ya en muchos lugares la circulación de determinados tipos de vehículos, y sin embargo el enorme impacto asociado a actividades como la descrita vaya en aumento. Para pensarlo desde una perspectiva un tanto estratégica, como les digo, mucho más allá de la mera operativa.

Y aquí viene lo específico de estos últimos días. Es bien verdad que el barco en cuestión, propulsado por GNL, contamina menos que los que utilizan otros combustibles de cadena más pesada. Además, los procesos a los que se somete este combustible licuado hacen que parte de los posibles contaminantes adicionales presentes de forma natural en el gas sean separados, lo que hace aún más limpia esta tecnología. Pero lo que no puede ser es, como he leído en más de un lugar en redes y en medios a raíz de esta visita concreta, que este barco en cuestión sea “el primer crucero de cero emisiones”. En absoluto. No es verdad. Este crucero emite, y mucho, aunque lo cierto es que menos de lo que lo haría otro similar con una tecnología más convencional y no propulsado con gas natural. Tengan en cuenta que este es fundamentalmente metano, algo de etano, algo menos de propano y mucho menos de butano, cadenas muy cortas, con lo que hay menor proporción de carbono frente al hidrógeno que en otros hidrocarburos de cadena más larga. Esto se traduce al combinarlo con oxígeno —quemarlo— en una menor emisión de dióxido de carbono, gas que —como saben— produce un potente efecto invernadero. Y es que todos los hidrocarburos, en tal tipo de reacciones, siempre producen dióxido de carbono y agua. Este, menos dióxido de carbono. Pero de aquí a decir que el referido es un barco con “emisiones cero” va un mundo. O dos. O tres.

Me consta que las grandes empresas del sector, y esta en particular, están buscando llegar a un prototipo que combine diferentes tecnologías y un muy alto nivel de eficiencia que lleve al horizonte de cero emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero. Pero ni es un reto fácil ni inmediato, ni mucho menos. Y es que transportar a seis mil personas con seguridad por el océano, con provisión de todos los servicios, no puede quedar al albur del viento o del sol únicamente, que por otra parte no llegan para abordar todo ello ni siquiera en los diseños experimentales hoy más eficientes. Creo que es importante respetar el rigor de lo científico y no dejarnos llevar por la emoción de que la ciudad, como lo es, sea hoy uno de los más importantes referentes en este tráfico. Algo que, repito, debería hacernos pensar si nuestro compromiso con el medio ambiente es algo más que un mero guión aprendido. Y es que vender como de cero emisiones lo que sigue siendo una actividad altamente contaminante puede caer en lo que algunos llaman, en inglés, greenwashing. Yo prefiero usar el español para llamarle un lavado de imagen mediante comunicación medioambiental poco rigurosa o, en algunos casos, incluso tramposa. Y por ahí sí que no...

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