El falso espejo de la estética

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

No es la primera vez que escribo sobre ello. Lo he contado al menos en dos ocasiones. Una de ellas, en una novela, usando una primera persona ficticia que hubo quien malinterpretó como real. La otra, en un pequeño ensayo, este sí construido desde esa primera persona del singular que es personal y, por tanto, política. En los dos casos, ese ejercicio memorístico me sirvió para verbalizar, mediante la palabra escrita, mi condición de enferma mental, un hecho del que, sin embargo, he hablado poco con las personas que han intentado enseñarme a quererme bien, sin hacerme daño.

Hace unas semanas, una amiga que es familia me confesó que le sorprendió descubrir, a través de la lectura de Las formas del querer, lo que viví durante el tiempo en el que estuve ingresada en un hospital debido a la anorexia que me diagnosticaron tras la muerte de mi madre. Lo dijo con tristeza. Le dolió saber que había pasado por eso y, sobre todo, tener conciencia de ello gracias a las páginas de un libro.

Ella, que es médico de atención primaria y ejerce su profesión, su oficio, con compasión y empatía, sabe que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) suelen acompañar al paciente que los sufre prácticamente toda su vida, y es importante no perder de vista esa cronicidad invisible, no darle importancia, pero sí tenerla presente. Supongo que por eso nunca me ha hablado de mi aspecto físico. Jamás me ha dicho “¡Qué delgada estás!” o “Has perdido peso”. Y eso yo, que hoy, 26 años después de empezar a convivir con esta enfermedad, soy todavía incapaz de mirarme desnuda en el espejo, lo agradezco y lo valoro como un gesto de cuidado y de amor.

Pero una vez más me veo escribiendo acerca de mi TCA y lo hago por necesidad, como llamada de atención y advertencia. Lo dije en redes sociales unos días atrás: “Nunca le digáis ‘estás más delgada’ a alguien que padece un trastorno de la alimentación”. No me referí al “estás más gorda” por razones evidentes para todo aquel sensibilizado con este tipo de enfermedades mentales, basadas en la restricción alimentaria para perder peso. Me sorprendieron las respuestas, pues me daban la razón, pero iban un paso más allá y pedían extender ese ruego a cualquier persona, no hacer alusiones al aspecto físico de nadie en ninguna circunstancia.

Se trata de una costumbre dañina que tiene su origen en ese matriarcado que nuestras abuelas solo pudieron ejercer de puertas adentro, y que nosotras, especialmente nosotras, hemos heredado sin cuestionar su pertinencia. Reflexión aparte merece lo absurdo y nocivo de que la apariencia exterior, ese falaz ideal de belleza, defina quiénes somos, nos dé identidad, si bien es una circunstancia compleja que hunde sus raíces en el capitalismo salvaje. La dictadura de esa estética retrógrada y machista que concibe a las mujeres como objetos es tan vieja como la sociedad, pero es en fechas dadas a los excesos en las que más se manifiesta.

A la Navidad le siguen siempre las “dietas milagro”, una expresión disparatada, un dislate gramatical, ya que los milagros no existen. Pero la causalidad, sí; por eso, en la ceremonia de los Globos de Oro, Jodie Foster y Annette Bening brillaron en el escenario sin necesidad de disfrazarse, y, al día siguiente, Sofía Vergara le dijo unas cuantas verdades a ese afamado presentador que ejerce su señoría desde su poltrona televisiva.

Dos circunstancias esperanzadoras, sin duda, aunque comparto la reflexión que, a propósito de esto, hizo en Instagram la dramaturga Lucía Carballal: “Me ha saltado esta foto —la de Foster y Bening en los citados premios— y me ha hecho imaginar una industria en la que las actrices no estén obligadas a representar una idea de belleza (sea normativa o diversa o lo que sea), que pudieran ocupar el espacio simplemente como profesionales, en general: la interpretación como una disciplina más también en cuanto a esto, y qué tipo de dinámicas/películas surgirían más a menudo a partir de ahí”. Ojalá algún día usemos la imaginación para transformar la realidad.

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