Shikamoo, construir en positivo

27 de enero, recordando el dolor de los inocentes...

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Queridos y queridas, hoy nos escribimos en el día elegido por Naciones Unidas para el recuerdo de las víctimas del Holocausto. Y lo hacemos en tiempos convulsos, en el que conflictos regionales en el mundo no acaban de cerrarse sino que, al contrario, parecen ir a más. Con todo, no es para permanecer impasibles. Es perentorio que la Humanidad, en su conjunto, esté a la altura de lo que se espera de ella, y que todos y todas rememos para poder pasar página en esta era de zozobra e inestabilidad. Pero no es fácil: son muchos los intereses, a la postre crematísticos, que se esconden debajo de pequeños y grandes episodios de violencia, a menudo disfrazados de otra etiología. La religión, la cultura o la forma de vida son algunas de las grandes excusas esgrimidas cuando las cosas se vuelven de punta y todo se enloda y mancha de sangre. Pero no, amigos y amigas. Recordando al ínclito economista, activista y profesor Arcadi Oliveres, ya saben, las causas de los conflictos son de tres tipos: económicas, económicas y, a veces... económicas. No hay más leña que la que arde.

Y es que no pierdan ustedes la pista de que detrás del mismísimo Holocausto —sí, el que se llevó la vida por delante de muchísimos miles de personas judías, amén de otras pertenecientes a diferentes minorías— existían causas económicas profundas. Al margen de otras consideraciones, verdaderamente difíciles de explicar porque no es fácil poder entender la cabeza trastornada de quien promovió y ejecutó semejante atrocidad, hubo una dinámica de sustitución económica detrás del golpe a los judíos en Europa. Algo parecido, aunque distinto en las formas, a cuando, remontándonos mucho tiempo atrás, el mismo pueblo judío fue expulsado de España en tiempos de los Reyes Católicos. O, abriendo mucho más el foco en el espacio y en el tiempo, el mismo tipo de fenómeno detrás de buena parte de los episodios de aniquilación de diferentes pueblos a lo largo de la Historia. No deja de ser esto una versión extrema del “quítate tú para ponerme yo”. Algo, por lo que parece, demasiadas veces intrínsecamente inherente a la especie humana...

Sorprende, así las cosas, que digan actuar en nombre y para el bien del pueblo judío los que, de forma sistemática, vulneran ahora todos los acuerdos y convenciones para transformar un conflicto largo, duradero y complejo —en el que hay demasiados matices y muy pocas certezas— en un nuevo capítulo de venganza, de la Ley del Talión en su sentido más puro, con demasiadas víctimas inocentes. Estoy seguro de que, huyendo de maniqueísmos y demás simplificaciones de poco valor conceptual, hay muchas personas horrorizadas en Tel Aviv y otros centros israelíes por las acciones y el discurso de su precario, extremista, desnortado y culpable gobierno. Pero también en Palestina, donde tampoco todo el mundo —ni mucho menos— celebra a Hamás o a otros movimientos de tal índole también extremista y terrorista. Piensen que, a pesar de los pesares y de tantos cartuchos gastados para generar extremismos, la mayoría de las personas de ambos pueblos están en una onda mucho más acorde con el sosiego y la paz.

Pero, como dijo el poeta, son malos tiempos para la lírica. Ya ven que en Estados Unidos gana peso y fuerza la candidatura de un Trump cada vez más fuera del tiesto, mientras que los extremismos también trufan la realidad política de Europa y otras partes del mundo. Se huye del discurso sosegado, de un análisis que busque la ecuanimidad y el contraste —que no la equidistancia mal calibrada—, y se denosta a quien pida paz para poder seguir hablando. En tal tesitura, son muchos los chavales —y me he preocupado de contrastarlo personalmente— que lo desconocen todo o casi todo sobre el referido Holocausto, con información deslabazada, sesgada o directamente incierta sacada de una nube en donde hay pocas referencias de peso, convirtiéndose en carne de cañón para el voto o incluso la militancia en opciones totalitarias y extremistas que sólo vociferan y exhiben iconos, por encima de cualquier debate mínimamente intelectual o al menos basado en un análisis conceptual e ideológico. Y es que mete miedo que nombres como los de Adolf Hitler o sus lugartenientes sean directamente desconocidos muchas veces, u objeto de vagas referencias, en ocasiones desde la gracieta inoportuna o, peor aún, asociados erróneamente a valores de ninguna forma conectados a ellos. ¡Qué horror!

Tenemos que recordar a las víctimas del Holocausto porque, si hay una única razón por la que su martirio pueda tener alguna lógica, es para que nos sirvan como ejemplo de lo que nunca más tiene que ocurrir en ningún lugar. Pero ocurre, amigos y amigas. Y, entonces, el único mecanismo de acción, necesario e imprescindible, es el de redoblar todo tipo de esfuerzos para evitarlo, para llamar a las cosas por su nombre y para que el autoritarismo, el totalitarismo, o el salvaje culto a la personalidad de carismáticos líderes populistas y simplificadores profundamente endiosados puedan ser purgados.

A las víctimas del Holocausto y de todos los holocaustos. En este 27 de enero, in memoriam.

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