Error del sistema

Fracaso

Xabier Fole

Xabier Fole

No es extraño que la campaña de Ron DeSantis terminara con una cita apócrifa, una sonrisa forzada y un compromiso de apoyo incondicional a Donald Trump, el hombre que, tras denigrarlo y ridiculizarlo, ahora le perdona la vida. El vídeo de despedida resume muy bien el estado del partido que representa el candidato fallido: una mezcla de falsedad, impostura y pensamiento único. No es necesario atribuirle a Churchill lo que es de Churchill, mientras la frase encaje en el cliché que se pretende colar. Como tampoco importa sacrificar la dignidad para no enfadar a una secta que, al parecer, DeSantis pretende heredar cuando el becerro de oro ya no pueda pasearse por los caucus de Iowa.

Creyéndose que el país era la Florida, DeSantis se embarcó en una aventura electoral plagada de errores estratégicos, momentos incómodos y discursos repetitivos, sobre todo los pronunciados en los debates, donde, mirando intensamente a la cámara, parecía un autómata al que los asesores le daban cuerda durante los descansos para que pudiera seguir funcionando. Quizás, a diferencia de Trump, él sí se cree todo lo que dice. Pero los votantes de este Partido Republicano no buscan líderes con convicciones sólidas, sino a una personalidad a la que rendir culto. Y ese puesto ya está ocupado; en el movimiento ya no caben más profetas.

DeSantis no deja de ser también otro personaje tragicómico propio de nuestra era. Algunos donantes le hicieron creer que él personificaba la esperanza frente al agitador incontrolable. Se presentó como un tipo serio y eficaz que sabe comportarse en la mesa. Un protector de la libertad frente a las recomendaciones de Fauci. El villano de la izquierda woke que, coqueteando con la extrema derecha e imponiendo sus propias censuras, acabaría con el adoctrinamiento ideológico en las escuelas. Un gobernador que lidera con el ejemplo de su estado, el paraíso de los libertarians.

DeSantis se retira lanzándole también un dardo a Nikki Haley, única superviviente de las primarias, asociándola con unos valores que ya no interesan a nadie. Porque las masas demandan a charlatanes con agallas para decir disparates en redes sociales; candidatos que presumen de sus fotos policiales e insultan a los jueces; personas irrespetuosas, sin escrúpulos, dispuestas a arrasar con las instituciones para alimentar el ego y mantener en pie el chiringuito de la familia. DeSantis no ha sido más que un costoso fracaso. El legado de su derrota es una información ya conocida: no hay vida más allá de Trump en el republicanismo actual. Para eso no hacía falta gastar decenas de millones. Solo hay que observar el terror que padecen quienes, pese a saber (y reconocer) que la presencia del expresidente es tóxica, se quedan callados para no perder su sillón en el Congreso.

Se dice que DeSantis espera que llegue su momento en 2028. Aspira a que los miembros del movimiento MAGA se dirijan a él, a quien Trump le puso el mote de Sanctimonious (mojigato), en busca de consuelo tras la ausencia del ídolo. En DeSantis, sin embargo, no encontrarán espectáculo e improvisación, sino falta de habilidades sociales y gestos robóticos. Es lo que separa al populismo frívolo del populismo polite: una demagogia sin carisma. Quienes piensan vivir del trumpismo sin Trump no tienen en cuenta un problema. Que nunca serán Trump ni podrán hacer de Trump mientras Trump exista. Pero, por ahora, podrán seguir pagándole las facturas, defendiéndole en cada uno de sus procesos judiciales, justificando sus comentarios xenófobos y ejerciendo de comparsas hasta un final que todavía queda lejos, porque, en esa formación política, nadie parece ser capaz de librarse de la sumisión y la ignominia.

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