La UE se mete en el mar Rojo

Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Si se cumple lo anunciado por Josep Borrell, el próximo día 19 la Unión Europea pondrá en marcha la operación Áspides en el mar Rojo. Se sumará así al esfuerzo que, con la intención de contrarrestar la amenaza que supone la actitud agresiva de la milicia huzí yemení contra el tráfico marítimo en la zona, ya están realizando los países que participan en la operación Guardián de la Prosperidad, liderada por EEUU junto a una decena de aliados, y en la más reciente operación Arquero de Poseidón, también con Estados Unidos a la cabeza junto a Reino Unido.

La decisión ha estado en buena parte forzada por el rechazo del gobierno español a ampliar el mandato de la operación Atalanta- dedicada a luchar contra la piratería en el Índico- para cubrir esta contingencia, por entender que dicha amenaza obliga a no dispersar esfuerzos y, más aún, por temor a verse envuelto en una escalada regional impulsada por Washington, inmiscuyéndose en el conflicto interno que enfrenta a los huzíes con el gobierno yemení, respaldado por Arabia Saudí. En todo caso, tras superar las discrepancias entre el ministerio de defensa (más reservado ante la tarea suplementaria que supondría, cuando España ya es el país que más medios aporta a las misiones UE) y el de exteriores (más sensible a las presiones estadounidenses para sumarse a las que comanda Washington), España ha logrado fijar posición, apostando por dar vía libre a la operación, pero quedándose al margen en términos operativos. Serán al menos siete los países miembros de la Unión —Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Italia y Países Bajos— que aporten medios —tres fragatas y buques auxiliares, así como aviones y asistencia técnica— para proteger a los barcos que transiten por esa relevante ruta y para neutralizar los ataques que puedan recibir. En principio, eso la distingue nítidamente de la operación estadounidense-británica que, al incluir el ataque a posiciones huzíes en el interior de Yemen, se convierte en un actor directamente implicado en un conflicto. Una operación que, como ha reconocido abiertamente el propio Joe Biden, va a seguir adelante, aunque no está sirviendo para disuadir ni mucho frenar los misiles y drones huzíes y que, además, identifica a sus participantes como aliados de Riad y, en última instancia, de Tel Aviv.

Se comprende el interés de la UE por colaborar en la seguridad del mar Rojo, consciente de las repercusiones negativas que cualquier perturbación en una vía por la que pasa en torno al 15% del tráfico marítimo mundial puede provocar sobre la marcha de la economía. Pero se entendería mejor si el esfuerzo principal se volcara en lograr un cese inmediato de hostilidades entre Israel y Hamás- dado que el argumento de los huzíes para realizar esos ataques es, precisamente, la intención de parar la masacre israelí-, así como en dotarse de una voz única con voluntad política para pasar de los gestos a los hechos, haciéndole ver a Tel Aviv que hay líneas rojas que no puede cruzar sin consecuencias.

De momento se desconoce qué país acabará albergando el cuartel general y liderando la operación. Pero más importante que eso, será ver cómo se logra resistir a la presión estadounidense para ir más allá de una actitud meramente defensiva y protectora. Y nada asegura que lo que no han logrado de momento las dos operaciones ya en marcha lo vaya a conseguir la aportación de los Veintisiete, frente a una milicia que, tras nueve años de guerra, ha demostrado sobradamente su voluntad de lucha.