Sólo será un minuto

No te cuesta nada

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Hay gente tan amable que cuando la máquina del parking dice buenos días responden gracias. No es necesario llevar a esos extremos los buenos modales pero a quién le estorba encontrarse con gente así en el carrusel cotidiano. Hay territorios donde ese comportamiento es esencial. Sin ningún género de dudas. El entorno laboral, por ejemplo. Tener compañeros amables es un lujo gratuito. Vamos, que no cuesta nada. Cuando hay miedos o sufrimientos por el medio resulta imprescindible tener ante ti a alguien que se muestre cordial y comprensivo. Empatía más simpatía igual a cercanía. Y cómo se necesita a ese tipo de personas en los momentos más difíciles. No me refiero a la hipocresía adulterada del bien queda, tan abundante en ceremonias de duelo y flores contritas. Hay amabilidades impostadas a veces, claro, sobre todo cuando se trata de vendernos algo. Pero, bah, todos detectamos al instante cuándo se es amable por carácter y cuándo por obligación. La amabilidad es una vía rápida al respeto aunque no siempre sea garantía de buena calidad humana. Hay mucho canalla que finge ser amable pero a poco que rasques en su superficie desenmascaras su verdadera sombra, esa que se lleva mal con la gente que busca algo de luz y comparte.

Claro está: los tiempos no son propicios para la amabilidad que acompaña al respeto y basta con echar un vistazo a una tertulia televisiva o a la fosa séptica en la que chapotean a menudo las redes sociales. La amabilidad bien entendida empieza por uno mismo. A veces cuesta cuando te topas con bordes a tiempo completo —dejamos fuera a quienes sufren a veces un cruce de cables pelados— pero cuando te sale al paso alguien así —sobre todo al volante— lo mejor es aplicar un vendaje de indiferencia o actuar de forma opuesta a la que nos amenaza. Nada desconcierta más a quien muestra su peor cara que enseñarle la mejor que tengamos.

Ah, y gracias por leerme.

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