Inventario de perplejidades

El último atrevimiento de Sánchez

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Todo estaba preparado para que Pedro el Atrevido saliese triunfante por estrecho margen del último desafío planteado. La dificultad aumentaba con cada nuevo ejercicio y el público contenía la respiración mientras el atleta se acercaba al abismo, sonriendo para espabilar la tensión nerviosa.

En todos los órdenes de la vida siempre aparecen individuos que precisan de “un chute de adrenalina”, que se dice en el lenguaje coloquial, para sentirse en plenitud de sensaciones. Y Pedro el Atrevido debe de ser uno de esos. Desde que le ganó por la mano al aparato del PSOE que lo había marginado, todo fueron buenos vientos para la causa de Sánchez, al que además le favorecía, según los expertos en marketing, su apostura personal, su estatura de jugador de baloncesto, su dominio del inglés (una rareza entre los políticos españoles) e incluso la “baraka” que tanto había beneficiado a Franco cuando ejerció de “héroe” en las guerras de Marruecos.

Todo le salía bien a Sánchez, aunque de manera especial hay que citar aquí el audaz golpe de mano de la moción de censura contra el entonces presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy Brey. La jornada fue pródiga en comportamientos estrambóticos. El político pontevedrés, que soportaba una campaña de descalificaciones desde el ala más derechista de su partido, se pasó la tarde tomando copas en una cafetería aledaña al Congreso de los Diputados y solo salió de allí para volver al hemiciclo y enterarse de que su contrincante había podido reunir los escaños suficientes para arrebatarle el uso residencial del palacio de La Moncloa. El traspaso de poderes se hizo de manera absolutamente informal en una escalera del salón de actos de lo que los cursis denominan “sede de la soberanía nacional”.

En realidad, la moción de censura fue un pretexto para que los grupos minoritarios le dieran de puñaladas al presidente Rajoy con la misma saña que lo hicieron los conjurados contra Julio César ante el Senado romano.

Desde aquel acontecimiento, han sucedido muchas cosas no del todo aleccionadoras. Sánchez gobierna con el apoyo de una coalición de izquierdas, la coalición Frankenstein, cada vez más peleada internamente. Y en la búsqueda de ese equilibrio imposible, la solución que ahora se propone pasa por buscar como socio a Carles Puigdemont, que ofrece cambiar sus siete escaños por una inmunidad absoluta. Los socialistas daban por hecho que el grupito catalán votaría afirmativamente un texto que ellos mismos habían redactado y, para su sorpresa, a última hora votaron que no.

¿Qué se puede esperar de un expresidente de la Generalitat que proclama una independencia que no dura ni medio minuto y luego escapa al extranjero metido en el maletero de un coche? En los noticieros de las televisiones hemos visto fugazmente la palidez facial de Pedro Sánchez y la del ministro Félix Bolaños mientras marchaban solos hacia la puerta de salida.

El final de esta tragicomedia aún dará para unos capítulos más. Lo último que ha trascendido es una supuesta oferta del presidente ruso Vladímir Putin para desplazar a 10.000 soldados a Cataluña si hubiera triunfado la secesión. No cabe descartar otra fantasmagoría.