Leer, el placer de vivir

Periodista

Una pequeña decisión, no siempre sencilla, permite alcanzar un mundo, uno específico, escogido entre las múltiples posibilidades de una biblioteca. Y en hojas encuadernadas, apiladas con un cierto criterio, uno discierne así sus propias y puntuales apetencias: temáticas, estilísticas, temporales. Con su decisión elemental se ejerce una gran libertad fundamental, se opta por zambullirse en un paisaje de gozo, compuesto con letras, con palabras, en párrafos más o menos largos, inspirados, más o menos barrocos, desde la simplicidad aparente de un cuento a la sofisticación de un ensayo metafísico.

Uno ha de dejarse llevar por su puntual apetencia, en la cadencia de una narración, de una aventura, de una historia, de un drama, de una comedia o de un poema, y bailar indefectiblemente al ritmo que el compositor, el autor, determina. En la melodía sinuosa de un estilo, en el discurrir significante que lo encamina por las rutas enigmáticas del amor, de la historia, de las batallas personales o bélicas, guiado por una realidad evidente, o insinuada, tortuosa o creada de la nada. He ahí reproducido parte del milagro sustantivo de la memoria, del análisis e, incluso, de la inspiración y de la creación, que se nos regala.

La cultura hecha verbo vacuna contra una vida inexplicable pero que debemos convertir en mágica. Somos lo que aprenhendemos, esencialmente en las etapas iniciales de nuestro devenir, pero también lo que aprendemos de los demás y de la actitud curiosa, indagante, a la que nos invitan los textos en cualquiera de sus ya múltiples soportes: libros, periódicos, digitales, en un vagar de lentitudes cadenciosas.

Estamos ante una posibilidad casi ilimitada, respuesta a un momento circunstancial, también a la predisposición imaginativa. La memoria y la desmemoria son un gran juego de eternidad. El ser lee y olvida, se vuelve a leer y entonces se vuelve a contemplar, uno retorna a pensar lo que cree haber desmemoriado, pero siempre queda el poso, el aroma. Es hermoso incluso el círculo de nadas, el redescubrimiento, la germinación del olvido, el hilvanar con una evocación mínima un relato. El agua retorna al río, que ya nunca será el mismo. La memoria restituye el libro que ya nunca será el que fue. Hay algo paralelo en todo ello, quizás sean los universos, el multiverso, pero en todo caso la experiencia lectora será ya parte esencial de nuestra huella neuronal efectiva en el caminar vital, enriquecido.

Más de un tercio de españoles no lee nunca, según lo datos del Barómetro de Hábitos de Lectura y compra de libros en España de 2023 que se acaba de presentar en la Biblioteca Nacional. Según este análisis, la lectura por placer ha aumentado cinco puntos aunque las personas que emplean su tiempo libre en la lectura han tenido un pequeño descenso. Todo es fruto de una mala educación secundaria, eso dicen.

Desde la infancia, uno ha de educarse para anidar en los libros, para participar de Alicia y del Principito, a sumergirse con Julio Verne, a topar tesoros en forma de palabras, a aventurarse con Los Cinco o con Tintín. El hábito hace al adulto al que ya pueden acompañar Don Quijote o Sancho, que sabrá reflexionar con Gracián o levitar con Santa Teresa. La biblioteca de nombres es como un Aleph borgiano y casi todo esta prevenido.

Leer y entender es algo; leer y sentir es mucho; leer y pensar es cuanto puede desearse para gozar más y mejor de una vida plena, basta abrir un libro y dejarse llevar.

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