El ojo crítico

Libertad para qué

Licenciado en Derecho

Las recientes manifestaciones de agricultores europeos que en España han supuesto la ocupación de carreteras y autovías españolas con tractores impidiendo la libre circulación de mercancías y de personas, vuelven a poner de actualidad la dificultad que elementos tradicionales y básicos de la economía están teniendo para adaptarse a un futuro que ya está aquí. Lo primero que hay que dejar bien claro es que la gran mayoría de las leyes de todo tipo que regulan nuestras vidas provienen de la Unión Europea. Los Estados tienen en el mejor de los casos la potestad para aplicarlas e implementarlas en un plazo determinado. Como ejemplo de ello existen las Directivas. Por tanto, se vuelve a poner de manifiesto la importancia que tienen las elecciones europeas y la diferencia que puede haber entre unas instituciones europeas dirigidas por la derecha o por la izquierda. Y es importante porque la derecha europea tiene como bandera el liberalismo económico y la eliminación de aranceles y protección de ámbitos económicos concretos. Aún así también hay que recordar que la política de la Unión Europea en relación con la agricultura y la ganadería, la llamada PAC, ha salvado, desde hace decenios, de la ruina y de la desaparición a miles de agricultores españoles.

Lo que subyace debajo de las tractoradas que han invadido las carreteras es un antieuropeísmo proveniente de grupúsculos negacionistas del cambio climático y partidarios de abolir las instituciones democráticas, ya que, al parecer, todos los males de los agricultores provienen de Europa. Soy partidario de la intervención de los poderes públicos en ámbitos concretos de la economía para equilibrar desigualdades sociales pero resulta curioso que aquellos que más reclaman que el Estado no intervenga en su ámbito personal y económico sean luego los primeros en exigir la intervención de la Administración cuando el principio de libre empresa es aplicado. Los taxistas llevaron a cabo violentas manifestaciones cuando empezaron a operar los taxis por aplicaciones de internet. Los hoteles están en contra de la existencia de los pisos turísticos porque no pueden subir los precios lo que les gustaría y sectores como el agrario está en contra de que entren productos de otros países.

Por otra parte resulta desconcertante que la mayoría de los productos que consumimos todos los días tengan un incremento de precio hasta del 800% desde que son recogidos por los agricultores hasta que llegan a nuestra cesta de la compra. Los intermediarios se llevan la mayor parte del beneficio del esfuerzo de los agricultores, algo que ha ocurrido desde siempre pero que con la concentración y expansión de las grandes superficies y de las cadenas de alimentación ha sufrido un aumento exponencial. La mayor parte de los agricultores se han convertido en asalariados de las grandes cadenas sin que apenas exista otro medio de vender sus productos. Y quizá ese sea uno de los principales problemas que tiene el campo y la ganadería española. Vemos como algo normal que al salir de las ciudades por carretera lo único que haya sea grandes extensiones de terreno que en el mejor de los casos se destinan a la agricultura. El hecho de que no haya poblaciones cercanas y que las pocas que existen sean habitadas casi únicamente por los propios agricultores o ganadores de esos terrenos provoca a su vez que tengan que vender sus productos a las grandes cadenas al precio que marquen estas para llevar los productos a unas ciudades cada vez más masificadas. Si existieran una red de poblaciones, de urbanizaciones de segundas residencias y de hoteles rurales con la adecuada red de comunicaciones (autobuses y trenes) surgirían pequeños supermercados y tiendas donde los agricultores y ganaderos podrían vender sus productos de manera directa y sin intermediarios. Pero para ello es imprescindible que cambie la mentalidad de los habitantes de muchos pueblos donde los que vienen de fuera son vistos como señoritos de ciudad que llegan para molestar. Hace algunos años conocí el caso de un pueblo castellano de poco más de 200 habitantes que votaron por mayoría no vender unos terrenos municipales para que construyesen una urbanización que hubiese supuesto trabajo, apertura de negocios y mejora de las carreteras. No querían ver gente de fuera.

El Gobierno, con un margen de maniobra muy estrecho por la regulación de la Unión Europea, sólo puede seguir trabajando en las inspecciones y en tratar de impedir que el campo y la ganadería se conviertan en un erial donde unos pocos puedan decidir y controlar la alimentación del resto de la población. De poco sirve proclamar el concepto de libertad a los cuatro vientos si luego bajo la disculpa de ella se nos convierte en consumidores sumisos al dictado de unos pocos.

Suscríbete para seguir leyendo