Arenas movedizas

Adoctrinar

Jorge Fauró

Jorge Fauró

La chavalada es permeable a muchas cosas menos a que la adoctrinen en el instituto sobre asuntos como Puigdemont y la amnistía —en general—, la Agenda 2030, el feminismo, el aborto, la madalena de Proust y el Ulises de Joyce. Cualquier intento de aleccionamiento ideológico o de lo que acontece en tres días a Leopoldo Bloom y Stephen Dedalus activa ese momento en que el estudiante se debate entre practicar el arte abstracto en un folio o sacar el móvil a hurtadillas. No digamos si el profesorado pretende adoctrinar en matemáticas y en comprensión lectora. No lo digo yo, lo dice el Informe Pisa. Políticos de uno u otro ámbito acostumbran a dar la matraca con eso del adoctrinamiento en las aulas de la enseñanza pública. Adoctrinar, dice. Qué más quisieran.

En lo tocante a doctrina, TikTok y los influencers han sustituido al maestro de escuela, e incluso, a los padres; Instagram y El Rubius, al profesor de mates; Operación Triunfo, a la seño de Lengua; Máster Chef y Marie Kondo, a la clase de dictado y comprensión lectora; la moda y el trending topic, al profesor de Historia. En los colegios, los claustros de profesores no adoctrinan, alucinan; no imparten cátedra, aguantan el tipo por un módico sueldecito.

En el uso común de un nuevo metalenguaje, adoctrinan, para bien o para mal, Rosalía y Daddy Yankee, los anuncios de cosméticos, el Benidorm Fest y los medios de comunicación que tratan de colar como feminismo una canción de verbena de última hora. Adoctrinan, o acaso lo intentan, algunas tertulias y las barras bravas de los estadios, los programas de televisión donde desconocidos famosetes despellejan a otros famosetes desconocidos que saltan a la fama y la fortuna sin pegar palo al agua, haciendo creer que hay un atajo al éxito que no ha de pasar obligatoriamente por colegios, institutos y universidades, sino por desacreditar a otros de su misma especie. Adoctrinan las fashion week, el rock and roll, el hip hop, las series de televisión, los videojuegos y los grupos de WhatsApp.

Los profesores no. Qué más quisieran que poder adoctrinar en Historia, Filosofía y Literatura. Adoctrinan los teléfonos móviles, que han sustituido a la enseñanza secundaria y cada vez más a la primaria e incluso a la familia. Padres y madres adoctrinados en el uso del móvil regalaron uno a sus hijos y enmiendan a terceros la tarea de desadoctrinar. No más móvil en el colegio, dicen. Ahora.

Ya se adoctrina en bucle. Adoctrinan, o al menos tratan de hacerlo, los gurús de las bitcoin, los popes de las criptomonedas y el dinero rápido, que prometen coches de lujo y casas de ensueño con piscina y gimnasio con la huella reciente del acné.

Adoctrinan permanentemente , o disimuladamente lo intentan, los líderes de izquierda y derecha que sabedores de lo aburrido de sus discursos montan o jalean a medios de comunicación para no fracasar en su intento adoctrinador. Adoctrina, o hace el amago de adoctrinar cautelosamente, cualquier político cada vez que pone un tuit, que no lo hace con pretensión literaria o estética, sino para convencer a su joven o madura audiencia e inocularla una ideología y, por tanto, adoctrinarla. El éxito de ese adoctrinamiento es el cambio de voto en las urnas, culmen exitoso de su empeño adoctrinador.

Si la doctrina, establece la RAE, es el conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo, entonces se adoctrina más, o se intenta al menos, en una rueda de prensa que en los colegios; en un off the record que en un instituto; en una entrevista que en la universidad; en artículos de opinión como éste, tan nihilista y desadoctrinado, que en las actividades extraescolares.

Adoctrinan, a su modo, la bonoloto y el sorteo de la Lotería de Navidad. Adoctrinan, o se empeñan en la labor, las cookies, el algoritmo, la publicidad, Google, Facebook y la propaganda. Para adoctrinar con éxito hace falta una combinación perfecta del espacio y del tiempo. Las aulas de instituto, tan cargadas de revolución hormonal y de deportivas maceradas en el aroma del espíritu adolescente, conforman el último habitáculo en la Tierra en el que alguien podría ser adoctrinado.

Hace tiempo que la clase política perdió el poder de adoctrinar. Por desgracia, también lo perdió el profesorado. ¿Qué es adoctrinar?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú me lo preguntas? La doctrina eres tú. Tú y tus algoritmos.