El silencio es un privilegio

Agnès Marquès

Agnès Marquès

En el autobús, la señora habla demasiado alto con su acompañante y siente la necesidad de hacer chistes incesantemente buscando la atención de los demás. Algunos se los ríen con complicidad, otros sonríen sin buscar el contacto visual. Después están los primeros a los que ya se les ha hecho pesada.

Entre los factores que convierten a la señora en una gritona habrá algún “ruido” interior al que imponerse y el factor cultural que nos deja a los mediterráneos entre los menos pudorosos a la hora de estropear el paisaje auditivo. “¿Por qué tiene que gritar?”, le soltó la casi siempre impertérrita Isabel II a Silvio Berlusconi durante la foto de familia del G20 en Londres en 2009. ¡Qué gran pregunta! Aquello del espacio vital debería referirse no solo a la distancia a la que tenemos a nuestro interlocutor sino también al volumen al que lo tenemos, al volumen que nos envuelve. El tono también puede ser invasivo. Lo es sin duda cuando oyes perfectamente la conversación que la señora mantiene dos mesas más allá.

El ruido es vulgar y el silencio, un lujo. Caro y difícil de encontrar en la ciudad y en esta forma de vida acelerada. Y adictivo. Mi nueva obsesión son los auriculares con la opción cancelación del ruido, una especie de sensación de vacío, un aislamiento profundo y agradable no apto para los del “ruido” interior; ojo, ese no se apaga y puede intensificarse. Pero el otro, el externo, sí se puede cancelar.

Quizá sean los años, el hacerse mayor, pero el ruido y los ruidosos me resultan cada vez más difíciles de soportar. Necesito la pausa y el silencio. El retiro. Ese es uno de los motivos por los que dejé la ciudad hará cinco años, convencida pero con un poco de vértigo, y eso se ha convertido en un auténtico lujo. Ir al ruido inevitable de los días laborables y volver al retiro de la calma nueve horas después. Convertir en cotidiano lo que era reservado para las escapadas del fin de semana.

Hoy casi todo es ruido. El ruido de las redes sociales, el de los vecinos que se olvidan que al otro lado vive gente, el timbre del teléfono que suena a todo volumen, el de las motos trucadas (¿qué les pasa a esos chicos por la cabeza?), el claxon de los impacientes, el recuerdo constante del riesgo en la sirena de las ambulancias, pero también está el ruido de los chismorreos, los rumores y los susurros. No se oyen, pero hacen mucho ruido.

El silencio es un privilegio.

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