Opinión | Crónica

Borrell, mundial, y España entre mascarillas

En 1994 entrevisté a Ernesto Samper en el palacio presidencial en Bogotá. Casi cada día saltaba en Colombia, entonces, un escándalo de corrupción insoportable, o un secuestro sonado, o un atentado con coche bomba, generando una alarma política casi imposible de gestionar. “¿Cómo se sobrepone a una crisis tras otra, sin respiro?” le pregunté. “En realidad, un acontecimiento nuevo tan grave, te hace olvidar el anterior”.

Quién sabe si a Pedro Sánchez, aunque por fortuna sin secuestros, ni atentados, le sucede algo parecido. Arden el Congreso y la Justicia por la amnistía, y se olvida el incendio unos días por el revés electoral de los socialistas en Galicia, acompañado del funeral político de Yolanda Díaz en su tierra. Se estaba aún digiriendo el golpe, cuando estalló la bomba de racimo informativa de las mascarillas, el caso Koldo. Impactó en varias instituciones y territorios: Ministerio de Transportes cuando lo dirigía Ábalos, número dos del PSOE; Baleares, presidida entonces por Francina Armengol, hoy presidenta del Congreso y tercera autoridad institucional del Estado; Madrid, Canarias y otras latitudes. Y en los pocos huecos informativos que quedan siempre aparece Puigdemont, que ya le dijo a un amigo que “a Sánchez li faré pixar sang”. (Literalmente, “mear sangre”). Alguien cercano, por primera vez, teme que el presidente del Gobierno acabe contra las cuerdas antes del fin de la legislatura. Pero lo único seguro hoy es que Sánchez podría ganarse la vida, en el futuro, dando conferencias en congresos médicos sobre fortalezas del sistema inmunológico, o en convenciones sobre la supervivencia. Su libro Manual de resistencia es para parvulitos inocentes.

La política española va con mascarilla —no se libra ni el PSOE, ni el PP— y pocos arrojan luz sobre la angustia que se vivió en los puestos de mando. Lo ha explicado con transparencia el ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres, entonces presidente canario. “No teníamos nada y se cortaron al mínimo las comunicaciones aéreas”. Cualquier persona que entraba en una institución ofreciendo mascarillas era escuchada. Por ahí se colaron varios desaprensivos. Contratos legales, pero algunos moralmente impresentables, por abusivos. Torres convenció.

En estos días de atribulaciones políticas nacionales, aterrizó en Madrid Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores y Política de Defensa de la Unión Europea. Llegaba del G-20 en Río, iba para Estrasburgo y partía de nuevo a América, a la Cumbre del Celac. A una hora insólita para eventos —a media mañana— intervino en la escuela de negocios Next Educacion ante alumnos, profesores, periodistas, empresarios y diplomáticos. Acudieron quince embajadas, incluidas las de Rusia e Israel. Más de cien referencias en prensa, radio y televisión, entre Europa y América. Incluso en diarios turcos. Pocos, salvo Biden y otros mandatarios al máximo nivel, tienen esa información. Pero nadie la cuenta con la valentía y la capacidad didáctica del ingeniero, diplomático y profesor Borrell. Denunció, por ejemplo, que en los intercambios de presos, Netanyahu libera a los palestinos más violentos y retiene a los negociadores. “La única solución para garantizar la paz en Oriente Medio es que haya dos estados”, afirmó reivindicando su derecho a decirlo sin ser considerado antisemita. Admitió que dispone de información sobre la injerencia rusa en el procés catalán, pero no la desvela porque está clasificada, por el momento. Borrell es una máquina de lanzar titulares con fundamento. Si quieren asistir a una clase de geopolítica excepcional, entren en la página formacion.nexteducacion.com y escúchenlo. El mundo existe, aunque complicado, más allá de las mascarillas y las miserias de la política nacional.