Opinión | Parece una tontería
¿En qué podemos joderte?
No es raro desear tu propia muerte, por desesperación, después de intentar contactar con atención al cliente. Estás tan exasperado y harto de llamar, que realmente no te vendría mal morir, y, como primera consecuencia, dejar sin hacer toda una serie de cosas desagradables. Ese sería lo bueno de morir a propósito: que te irías pensando “Que las haga otro”, y sintiendo alivio por ello. Bien. Pero para llegar a ese límite, seguramente primero has deseado la muerte de otros, también por desesperación, un estado que vuelve comprensibles muchas acciones. En realidad, no le deseas tanto el mal al personal de atención al cliente, que también, como a la de empresa, para la que pides la quiebra, la extinción, por convertir atención, en realidad, en distracción al cliente.
Es fácil de entender: llamé a lo largo de tres días ochenta y seis veces a las oficinas de MRW en Ourense. Y no me cogió nadie. Nadie vivo, real, y no completamente idiota de atención al cliente, quiero decir. Me respondía siempre una voz grabada. A partir de cierto número de veces, marcaba para engrosar la cifra, para contar que llamé ochenta y seis veces seguidas y nada. Aunque ya sabía que nadie iba a coger, llamaba. Jugaba a llamar. Llamaba sin otro deseo que alguien descolgase y preguntarle si hacía frío, si se encontraba bien, si no se le hacía largo el invierno, si había leído la larga novela de Sara Barquinero. Mientras, la empresa de paquetería me aseguraba por redes sociales que pasaba nota a mi MRW local para que me entregasen el envío. Y nunca me lo entregaban.
El lamentable servicio al cliente no es más que un signo de los tiempos que vivimos, extrañamente caracterizados por la búsqueda de la desgracia, la infelicidad, la exasperación a través de la economía de servicios. Todo sería distinto, y loable, si un día atención al cliente empezase a llamarse de otra forma, y que cuando te descolgasen el teléfono te saludasen con un “Hola, hijo de puta. Te vamos a joder vivo”, algo que ahora no dicen, pero que sabemos qué piensan.
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