Opinión

Elogio del acostarse

Ha salido un libro sobre estar acostado. Por fin alguien se ocupa de mis aficiones. Cómo se inventó el colchón, cómo se descansaba en la prehistoria, qué función tienen los divanes, qué sabemos en realidad del sueño o qué ventajas y desventajas tiene yacer con alguien. Todo eso y mucho más se pregunta y explica Bernd Brunner en Vivir en horizontal (Breve historia cultural de una postura), de editorial Acantilado. La traducción es de José Aníbal Campos. La frase inicial del libro ya nos llena de simpatía hacia el texto: «¿Está usted acostado? Si lo está, ha adoptado la postura correcta y no necesita excusarse por ello». No es fácil predicar el valor de estar tumbado, afirma Brunner, en unos tiempos en los que prima la acción, el rendimiento, lo rápido, lo inmediato. O si acaso el estar sentado. Pero delante de un ordenador. No estamos ante un elogio de la pereza, al menos por lo que uno lleva leído, porque además se expone que en la cama aparte de las dos cosas obvias que se puede hacer, digo yo, también se puede escribir, comer, leer e incluso pensar, algo que a veces descuidamos. Los más profundos hasta meditan. Tampoco se habla solo del acostar convencional, esto es, en la cama. Se puede uno acostar en el campo, en una hamaca, en la playa y hasta hay quien es capaz de dormir o descansar en una mesa. Eso por no hablar del consabido sofá.

Andar (y correr) son complementos del acostamiento y solo el que extenuado de mover las piernas se tumba, alcanza a comprender la verdadera dimensión del relajamiento que proporciona tumbarse. Es, o sea, también un placer por contraposición.

En nuestra cultura, permanecer en posición horizontal es aceptado solo como breve fase de regeneración. Por eso, acostarse puede ser un acto de rebeldía. Depende eso sí, opino, de lo que uno, una vez descansado vaya a hacer luego. Claro que, en estos tiempos, uno puede desde la cama y con un teléfono llamar a a la revolución, dar órdenes, organizar una manifestación, arengar revueltas u organizar un cirio en las redes sociales.

Chesterton escribió un breve ensayo sobre esto de estar acostado, que no necesariamente es no hacer nada, y afirmaba con su habitual tono, que a buen seguro Miguel Ángel ideó en su mente los frescos de la Capilla Sixtina un día que estuviera mirando al techo. Tumbado, claro.

Hay que tumbarse. Sobre todo, como dice la coplilla, para hartarse de dormir, cada vez que uno se acuerda que se tiene que morir. Quizás esté usted leyendo esto tumbado. Está haciendo lo correcto.

Suscríbete para seguir leyendo