Opinión

El discurso de Elna

No debieran causar sorpresa las expectativas que levanta cada aparición pública de Puigdemont ni las reacciones que provocan los recados que manda a través de las redes sociales y las alocuciones cargadas de significado político que reserva para las ocasiones más señaladas. Desde su fuga, reside fuera de España, donde habita una especie de astro que alberga el sueño roto de una república catalana independiente. Mantiene de forma regular encuentros secretos con dirigentes del PSOE y, aunque su intervención se hace notar, está ausente del día a día de la vida política española. No ocupa cargo formal alguno en la Generalitat o en Junts, pero reivindica la legítima titularidad de la primera y es el líder indiscutido de su partido. Por todo ello, y por el trato privilegiado que le otorga el gobierno español, resulta lógico que se preste especial atención a lo que dice.

El jueves pasado, Puigdemont hizo acto de presencia en Elna, una pequeña localidad con ascendiente catalán, ubicada cerca de la frontera con Francia, a hora y media de Gerona. Allí confirmó la presentación de su candidatura a la presidencia de la Generalitat. El anuncio era esperado y no defraudó. Aprovechó el momento para pronunciar un discurso claro y compacto, denso en contenido político. Con sus palabras, quiso enviar un mensaje a los catalanes, que no dejara de ser bien oído en la sede de ERC y del que el PSOE tuviera que tomar nota. Comenzó acusando al Estado español de practicar una represión “estructural y omnívora” sobre el proceso independentista y de expoliar a Cataluña. Reprochó al PSOE y al PP por igual su cobardía política, poniendo el conflicto catalán en manos de los jueces y la policía, a los que asignó el papel desempeñado en otros tiempos por el ejército. Interpretó la ley de amnistía como una corrección forzada del error cometido por ambos partidos al activar el artículo 155. Negó que tuviera un idilio con los socialistas y tachó de poco fiables a los partidos españoles, afirmando que su objetivo y su prioridad es Cataluña.

En segundo lugar, Puigdemont resaltó los avances intermedios logrados en los últimos cuatro meses, entre los cuales destacó el hecho de haber llevado al Estado a su posición al situar el problema catalán a terreno neutral en Europa, donde ha conseguido que el gobierno español y el independentismo operan en igualdad de condiciones. Se mostró satisfecho de que cada estado de la Unión Europea tiene ya en su agenda una carpeta catalana. Y manifestó su disposición a negociar con la intención de superar definitivamente la fase del mero diálogo. El acuerdo de Bruselas habría fijado las bases para resolver el conflicto político. El catalanismo, sentenció, nunca había llegado tan lejos.

En tercer lugar, Puigdemont proclamó que iniciaba el camino de vuelta para terminar el trabajo iniciado y culminar el proceso de la independencia. Emplazó a los catalanes a optar entre formar parte del Estado español como comunidad autónoma o convertirse en una nación libre con un estado propio. Confiado en que a Cataluña se le presenta una segunda oportunidad, llamó a la unidad de los independentistas bajo un liderazgo, el suyo, firme. Confesó que había aprendido del fracaso anterior y declaró que ahora los independentistas estaban mejor preparados. Aseguró que en el caso de que la negociación actual no diera fruto, no renunciará a nada. La meta es la autodeterminación. Rechazó una consulta sobre el estatuto reformado y cualquier sucedáneo que se le ofrezca con el propósito de disuadirle, como considera que fueron los indultos. El referéndum, concluyó, es tan posible como lo ha sido la amnistía.

¿Es un planteamiento realista o una quimera? Puigdemont no se resigna y promete poner todo su empeño en alcanzar la plena independencia, si esa es la voluntad de los catalanes. Está por ver que lo sea. Con su voto, el 12 de mayo los catalanes dirán si suscriben el discurso de Elna y están dispuestos a embarcarse en un nuevo procés. Las encuestas indican que no, pero la estruendosa entrada en la escena electoral de Puigdemont obliga a revisar los pronósticos. Salvo que todo consista en una patraña, en cuyo caso los farsantes merecerían un duro castigo por juguetear con un asunto tan serio, de la actuación de Puigdemont se deducen dos evidencias. Una es que en Cataluña ha tomado asiento un nacionalismo muy virulento con el Estado español, con el apoyo sólido de un tercio de la población. Otra es que este nacionalismo, que tan bien representa Puigdemont, deja en mal lugar al Gobierno español. El “reencuentro”, en el que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha implicado a todos los españoles, no es justificación válida de la amnistía. Por lo dicho en Elna, nada más lejos del ánimo de Puigdemont que acudir a un acto de conciliación.

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