“Europa nació en Francia y no puede morir en Francia”, exclamó desesperado en un mitin hace unos días el joven primer ministro, Gabriel Attal, nombrado como último recurso por Emmanuel Macron para frenar su caída electoral. Hay mucho miedo allí a la extrema derecha, como en toda Europa. La señora Marie Le Pen toma estas elecciones comunitarias como la antesala de su entrada al Palacio del Eliseo y Macron se quedó sin posibilidad de una reelección más. Y sin sucesor. Es el problema de los partidos unipersonales. Véase la Forza Italia de Silvio Berlusconi, o en España el Ciudadanos de Albert Rivera; o el Podemos de Pablo Iglesias. Desaparecido, o desvanecido, el fundador, llega la decadencia, camino de la irrelevancia.

En pocas semanas, con el relevo de los eurodiputados, y tras pocos meses, con la renovación de la Comisión, es decir, del gobierno, tendremos una Europa distinta. Más a la derecha seguro, aunque habrá que ver si con hegemonía determinante de la extrema derecha que busca referentes en Javier Milei y Donald Trump; una derecha que idolatra, aunque lo disimule, a Vladimir Putin, obsesionado en dinamitar la unidad europea. De ahí que se haya volcado con toda su artillería digital de bots y desinformación en esta campaña. Ya cosechó en su día un gran éxito: descolgar, vía Brexit, al Reino Unido, la segunda potencia. Sin la desinformación ejercida por un par de fuerzas, Rusia y la empresa Cambridge Analytica, los británicos no hubieran aprobado la secesión. Hoy la Unión estaría más sólida y la población escindida no lamentaría el fiasco en manifestaciones pidiendo repetir el referéndum.

La campaña europea ha sido excusa para una cruda batalla política nacional. Más violenta en Alemania, con agresiones graves a un eurodiputado, o en Dinamarca a la primera ministra; dramática en Eslovaquia con el atentado al primer ministro Robert Fico; o mas áspera en España, con constantes descalificaciones entre todos y con un juez activista imputando a la esposa del presidente del Gobierno sin haber escuchado antes a un solo testigo. Insólito.

A partir de la semana que entra, Europa será distinta y cada uno de los países también. En España, el culebrón catalán tiene aún capítulos surrealistas por estrenar y la repetición electoral en octubre, amenaza. Los que siempre dan a Pedro Sánchez por muerto, quizás deberán revisar pronósticos.

Se olvida que España va bien, aunque no como un cohete. Para ser exactos va muy bien, o bien, o regular, o muy mal, según el estrato, o el área que se mida. Muy bien la macroeconomía, para lo que es el entorno: las revisiones de pronóstico económico suelen ser al alza. Bien para una amplia clase media, que sufre como todos el coste de la vida y de la vivienda, pero tiene recursos de momento para salir adelante. Regular, tirando a mal, para las clases trabajadoras que sufren la desigualdad social. MIles y miles de personas, especialmente jóvenes y mayores, con dificultades permanentes para llegar a fin de mes, aún teniendo trabajo.

Y muy mal, definitivamente, para todos, por el ambiente político que dibuja un país excitado, enfrentado, que no merece vivir en ese clima. La tensión es excesiva y la creación de conflictos judiciales y mediáticos, permanente.

Entretanto, centenares de miles de personas llaman anualmente a la puerta de España para vivir aquí. De todas las clases sociales y de todas las procedencias. Aquí aspiran a vivir mejor que en sus países de origen, americanos, africanos o europeos. Sería bueno no estropear su sueño, ni el nuestro.