Walkabout es un vocablo inglés que designa la manera de moverse por el desierto de los aborígenes australianos. Consiste en describir círculos que, aparentemente, sobremanera para una mentalidad occidental y racionalista, no conducen a ningún sitio, salvo al absurdo. La mística del walkabout nos lleva, sin embargo, a una fina metáfora de la existencia. Lean: "Todo en la vida forma círculos. Los encuentros con otras personas son experiencias y las experiencias son relaciones para siempre. Hay que cerrar el círculo de cada una de ellas, no dejar cabos sueltos. Si te alejas con malos sentimientos de corazón hacia otra persona y ese círculo no se cierra, el rencor se repetirá más adelante. No lo sufrirás una vez, sino una y otra hasta que aprendas. Es bueno observar y aprender para ser más sabios. Dar las gracias y alejarse en paz". Esa es la enseñanza moral.

Los walbiri pertenecen a una comunidad indígena de no más de seis mil miembros que viven en pequeñas ciudades y asentamientos del Territorio Norte de Australia, por encima y al oeste de Alice Springs. La mitad, al menos, se expresa todavía en lengua walbiri o warlpiri. Según ellos, si hemos elegido nuestras emociones positivamente podemos cerrar todos los círculos, sin efectos negativos. Las emociones negativas resultan necesarias durante los primeros años de nuestra vida para experimentar. Así podremos comprender mejor, y evitarlas en el futuro. La ira, mantienen los walbiri, produce dolor de cabeza y úlceras de estómago.

Pero todo esto no se entendería sin referirnos al Tiempo del Ensueño, que para los aborígenes de Australia es el mito de la creación, un laberinto de senderos invisibles poblado de seres totémicos. Así fue la época en la que los antepasados primigenios de los aborígenes, animales, no personas, hicieron el primer viaje y cayeron dormidos para siempre, formando los accidentes naturales del desierto. Antes habían deambulado por el continente cantando el nombre de todo lo que se les cruzaba por delante y dando vida al mundo con su canción. Según esta leyenda seductora y su hermoso concepto, la meseta no sería una meseta, sino un antepasado lagarto. El empeño de los aborígenes sigue estando en preservar y mantener la conciencia cósmica en algún lugar. "La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra", mantienen los walbiri y otros grupos indígenas australianos.

Los aborígenes son nómadas, fluyen con la vida sin atarse a nada. Pueblan un territorio que parece parte de un sueño y rechazan a diario el mundo volviendo sobre la oralidad de sus antepasados. "Así mantienen siempre fresca la creación de las montañas, los valles, los desiertos y los ríos secretos", escribió el desaparecido Bruce Chatwin. En su libro Los trazos de la canción, Chatwin descubrió para el gran público la interrelación chamánica entre el alma de las tribus asentadas en la isla continente hace más de 40.000 años y el espíritu de la intensa planicie roja de Australia, donde el hombre blanco no hizo su aparición hasta 1869.

El inolvidable escritor y viajero inglés habría cumplido el pasado mes de mayo 70 años si no fuera porque la muerte le sobrevino de manera muy temprana en 1989 a causa del sida, una enfermedad que empezaba entonces a cobrarse sus primeras víctimas y que él trató de ocultar atribuyendo el mal que le invadía a la picadura de un murciélago chino. Trabajó para Sotheby's como marchante de arte hasta mediados de los sesenta y después, harto de ello, se interesó en la arqueología, hizo numerosas entrevistas para el Sunday Times y se dedicó a recorrer el mundo. Cuando murió, sus cenizas se esparcieron junto a una capilla bizantina en Kardamyli, en el Peloponeso, cerca de la casa adonde se había retirado uno de sus maestros, el gran cronista viajero Patrick Leigh-Fermor. Además de Los trazos de la canción dejó escritos otros seis libros estupendos e inclasificables, el primero de ellos, producto de una vieja obsesión por explorar la Patagonia.

Bruce Chatwin, con la curiosidad insatisfecha del hombre moderno, tuvo oportunidad de indagar cómo los aborígenes manejan un concepto de "territorio" totalmente distinto al de los occidentales. Al ser nómadas no tienen necesidad de delimitar los terrenos de un área geográfica. Para ellos, el territorio es el camino del antepasado que lo ha recorrido antes. Para reconocerlo y no perderse en él, la senda lleva incorporada una canción. Camino y canción discurren unidos: hay que caminar al ritmo de ella y, si se canta bien en el orden correcto, los accidentes geográficos se van sorteando sin dificultad.

La música alivia la mente y el cuerpo; se convierte en el idioma de nuestra alma. Parten del concepto de que en la vida toda acción vuelve hacia esa persona que la ha protagonizado, como el búmeran, arma arrojadiza curva que, lanzada con un movimiento giratorio, puede volver al punto de partida. Lo bueno, lo malo y lo regular regresa y tarde o temprano nos reencontramos con nuestros actos.

El búmeran nos devuelve lo que hemos dado generosamente o nos recuerda en qué momento hemos perjudicado a nuestros semejantes o a la tierra. Todo vuelve y pasa factura. En eso consiste esta lección circular por si alguien más, en este atribulado planeta, la desea poner en práctica.