A las diez de la mañana del 14 de mayo de 1962, el príncipe Juan Carlos y la princesa Sofía se casaban en Atenas. Hubo dos ritos. El primero, católico, en la catedral de San Dionisio. El segundo, ortodoxo, una hora más tarde, en la catedral de Santa María. 45.000 claveles rojos y amarillos, llevados expresamente de Valencia y Cataluña, adornaban los templos. Aquel enlace llevó a la capital griega la mayor concentración imaginable de testas coronadas, más de un centenar de miembros de casi una treintena de monarquías, entre ellos la reina Victoria Eugenia o Rainiero de Mónaco con Grace.

El novio llevaba uniforme de teniente de infantería. La novia, un diseño de Juan Dessés -que se conserva en el Palacio Real de Aranjuez- en lamé de plata, cubierto de tul y encaje de Bruselas y una cola de cinco metros que salía de los hombros con un pliegue central tipo Watteau. En la cabeza, una corona de diamantes de línea helénica, regalo de su madre la reina Federica.

El banquete tuvo lugar en los jardines del Palacio Real. Hubo cóctel de bogavante, suprema de ave con verduras y salsa de estragón, foie-gras en gelatina, frutas variadas, helado de moka y una tarta nupcial, de cuatro pisos. Después, los novios iniciaron un viaje alrededor del mundo.

Pero la historia había empezado antes. Es ya casi mítico el crucero que la reina Federica de Grecia organizó a bordo del yate Agameón en el verano de 1954. Su intención era digna de Celestina: que 110 jóvenes, miembros casaderos de las casas reales europeas, se conocieran. En esa cubierta se produciría el primer encuentro entre la princesa Sofía de Grecia y Juan Carlos de Borbón, apenas unos adolescentes.

"Sofía era una muchacha seria, disciplinada, tenaz. Discretamente extrovertida a causa de su timidez, pero muy agradable en el trato. Hablaba griego e inglés. Le gustaba leer, escuchar música, bailar", cuenta Màrius Carol en Un té en el Savoy. Siempre se ha dicho que aquella primera vez no hubo química y que a la Reina su futuro marido le pareció un tanto gamberro. Pero hubo más encuentros y el 8 de junio de 1961 coincidieron en Londres en la boda de los duques de Kent. El príncipe ejerció de acompañante de Sofía. Según el relato de Carol, la princesa "sintió aquella tarde el tirón del atractivo" -según sus propias palabras- y quiso alargar la sobremesa pidiendo otra taza de té". El té del hotel Savoy de Londres que da título al libro.

Ese mismo verano, el príncipe Juan Carlos y sus padres pasaron unos días en Corfú con la princesa Sofía y la familia real griega. La boda se anunció el 12 de septiembre simultáneamente en Atenas y Estoril. Dicen que la Reina ha confesado que el Rey no le pidió la mano según los cánones, sino que le lanzó una cajita con un anillo dentro.

Había un problema: la princesa era ortodoxa, un hecho sin precedentes en la historia de España. La reina Victoria Eugenia, anglicana, se convirtió. Además, no había habido reinas no católicas desde los Reyes godos, tal como cuenta Fernando Rayón en su libro La boda de don Juan Carlos y Sofía. "Para entender todo ese lío -palabras de la Reina a Pilar Urbano- hay que tener en cuenta lo que de mí se escribía en los periódicos españoles y lo que llegó a decir algún miembro del consejo de don Juan sobre que yo era una hereje. ¡Yo, una hereje!, sí para muchos católicos lo era, pero nadie dijo cuál era mi herejía". Al final, todo se solventó con la doble ceremonia, previa autorización del papa Juan XXIII.

Poco después del primer aniversario de boda, el 20 de diciembre de 1963, nacía la primera hija de la pareja, la infanta Elena. Dieciocho meses más tarde, el 13 de junio de 1965, lo hacía la infanta Cristina y el 30 de enero de 1968, el único hijo varón, Felipe. El 22 de noviembre de 1975 los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía fueron proclamados Reyes de España en el Palacio de las Cortes. Y empezó una nueva etapa en la historia de España.

Después fueron casando a los hijos. Primero Elena, luego Cristina y en último lugar, el heredero. La familia creció y llegaron los nietos, ocho: Leonor y Sofía, hijas de los príncipes de Asturias, Felipe y Victoria, hijos de la infanta Elena y Jaime de Marichalar; y Juan, Pablo, Miguel e Irene, hijos de Cristina y su esposo Iñaki Urdangarín, duques de Palma.

Pero también los problemas. El primer disgusto familiar fue el divorcio de la infanta Elena. Luego la salud del monarca se colocó en el punto de mira, sobre todo a raíz de la operación de un nódulo en el pulmón a la que se han sumado las intervenciones en las piernas y cadera. La última, a raíz de una caída cuando el Rey se encontraba de caza en Botsuana, devino en un escándalo por el que Juan Carlos I se disculpó ante el pueblo español.

Pero sobre todo la familia real se ha resentido por la imputación de Urdangarín. Así las cosas, las bodas de oro de los Reyes no llegan en un buen momento. La Casa del Rey anunció ya anunció que no habría celebración y se limitó a repartir un CD de fotos. Los monarcas españoles cumplirán mañana cincuenta años de casados, pero la discreción marcará la jornada.

Los cuentos de hadas no siempre tienen un final perdiz. El periodista Jaime Peñafiel muestra en Mis divorcios reales el reverso de la moneda que había lanzado al aire editorial con Mis bodas reales: de 50 matrimonios, 23 salieron mal. Los duques de Lugo, los Grimaldi, los Windsor son algunos de los fiascos más sonados. La obra de Peñafiel llega en un momento complicado para la familia real española por culpa del escándalo de Iñaki Urdangarín y de la polémica que envolvió al Rey por su accidentado safari africano y los rumores sobre su amiga Corinna zu Sayn Wittgenstein. Peñafiel habla claramente de que si bien la Reina sigue "locamente enamorada" de su marido, este se divorciaría si pudiera. No son los protagonistas del libro porque no se trata de un divorcio real, pero el periodista dedica a su compleja relación algunas observaciones que cotizan al alza en la actualidad.

Recuerda Peñafiel que "no una, sino varias han sido las veces que la Reina ha manifestado su opinión sin reservas ni fisuras sobre el amor y el matrimonio". Al ser preguntada por Pilar Urbano sobre el futuro sentimental de sus hijos, respondió: "Mis hijos se casarán con quienes deseen. Y yo siempre estaré de acuerdo si ello supone su felicidad". No tenía más remedio. Pero aún hay más. En el año 1973, en el transcurso de un viaje oficial al extranjero siendo Juan Carlos todavía príncipe de España, nos manifestó a un grupo de periodistas que le acompañábamos en el avión que era partidaria del divorcio, porque "el matrimonio solo tiene razón de ser mientras lo sustenta el amor". ¿Quién iba a pensar entonces que años después lo experimentaría en su propia familia con el divorcio de su hija Elena y Jaime de Marichalar y el matrimonio de su hijo y heredero con una divorciada?