Paseando sin navegadores por el ágora universal de internet, me topé con un curioso documento en el que se mostraba una comparativa entre lo que -se suponía- era el diario de un perro y el de un gato. Soy un amante de ambos animales y casi toda la vida he convivido con ellos, lo que me ha llevado a interesarme por su peculiar forma de relacionarse con los humanos.

A parte de dos excelentes textos de Desmond Morris -Observe a su perro y Observe a su gato-, y las reflexiones psicoanalíticas que me evoca su observación, -la diferencia fundamental entre ambos estriba en que el perro está inscrito en el registro del esclavo y el gato en el del amo-, este opúsculo de internet es de lo mejor que he leído al respecto.

El diario del perro es todo un dechado de optimismo, fidelidad y sumisión que más o menos lo traduje así: "08.00 horas: ¡estupenda esta comida de perros que me han puesto hoy! Es mi favorita; 09.30: una vuelta en coche con mi amo ¡lo que más me gusta!; 10.30 horas. Mi amo me ha acariciado y jugado conmigo a la pelota en el parque ¡Guau, cómo me gusta hacerle feliz demostrándole lo rápido que aprendo!... 20.00 horas: ¡No me lo puedo creer! He estado viendo la tele con toda la familia y luego he dormido en la cama de mi ama ¡lo más!..."

Por el contrario, el diario del gato venía ha decir lo siguiente: "Hoy es el día 983 de mi cautiverio, mis captores cenan carne fresca mientras que a mí me alimentan con extrañas latas y nuggets de pienso. Lo único que me mantiene vivo es el sueño de escapar. Para darles asco he vuelto a vomitar en la alfombra. Hoy he matado un ratón y he dejado su cuerpo despedazado a sus pies con el fin de atemorizarlos, pero su único comentario ha sido " buen cazador, sí señor" ¡cabrones! He escuchado una conversación privada acerca del poder de las alergias: tengo que investigar bien de qué se trata por si puedo usarlo a mi favor.

Ayer casi tengo éxito intentando asesinar a uno de mis torturadores, he zigzagueado entre sus pies mientras caminaba. Tengo que volver a probarlo, pero esta vez en la escalera. Hoy es un día de esperanza, observo que la hija de mis captores no cierra bien la puerta de salida cuando se va al colegio. Calculo que con un buen salto podré forzar el picaporte y huir ¡por fin!".

Hace más de setenta años que Tomassi di Lampedussa escribió su novela El Gatopardo, posteriormente llevada al cine por Visconti (1963). No habla de gatos, sino de los avatares de cómo una familia aristocrática enfrenta su decadencia y el final de un periodo viendo cómo burócratas y mediocres aprovechan la situación política para hacerse con el poder configurándose como una nueva clase social emergente que suplanta e imita sus modos y maneras de una forma tosca y hortera -los gatospardos-.

El caso es que entre los diarios que les contaba y el relato de Lampedussa me fui a dormir asociando imágenes e ideas y se me antojó que encontraba más que analogías entre lo leído y nuestra situación actual.

Que el mundo se está llenando de gatospardos que cambian los viejos palacios por mansiones marbellís o islas caribeñas y la cacería del zorro por la de OPAS hostiles; que los trovadores cantan sus coplas en chino, ruso o indio; que no se sientan en tronos centenarios sino en coches y aviones enjaretados de diamantes de sangre; que su gleba no vive en ducados, condados o marquesados sino que su señorío es planetario. Que el mundo, en definitiva, ha quedado en manos de una robusta camada de gatospardos.

En su versión más doméstica, los vemos salir a diario en la prensa donde nos cuentan sus glorias e indecencias; están en todos los estamentos sociales, son la marca blanca de un país enriquecido sin tiempo para digerir tanta fortuna que se ha desplomado en un vómito de desaguisados. Nuestros gatospardos -igual que sus antecesores aristocráticos- han entrado en una decadencia que hace insostenible su ritmo de vida tan desaforado como endeudado.

Y es que la diferencia entre los países del norte -Alemania a la cabeza- y los periféricos del sur, tiene mucho que ver con el carácter del perro y del gato. Los pastores alemanes, los dobermans, los schnauzzers, los tekels... son todos productos germánicos conseguidos a su imagen y semejanza. Son animales fuertes, fieles, obedientes, adiestrables, previsibles... Los llamados del sur somos más gatos: no soportan tener un amo, siempre estamos buscando la vía más fácil para driblar las normas o escapar de cualquier yugo; vamos a nuestra bola, imprevisibles; tan geniales como solitarios y territoriales, tan fascinantes y bellos como poco fiables e independientes...

Europa se está construyendo entre perros, gatos y gatospardos decadentes, no es de extrañar que la cosa vaya tan lenta si es que algún día consigue llegar algún sitio.