Tiene 18 años, ojos verdes y acaba de estrenarse como modelo. Adriana Fraga, nieta del desaparecido Manuel Fraga, protagoniza un amplio reportaje en El Magazine de El Mundo en el que habla del expresidente gallego con devoción. "Mi abuelo es como mi templo, mi dios", confiesa, pero también reconoce que ser su nieta le ha traído más de un disgusto. "Mil veces se han metido conmigo por ser nieta de Fraga. De pequeña me daba por llorar, pero ahora no consiento que nadie se meta con mi familia", asegura. Para Adriana, este ha sido un año muy duro, por la muerte de su abuelo, que era un padre para ella. "Viví con él desde pequeñita. Por circunstancias, no tuve relación con mi padre y lo más parecido a una figura paterna era él", añade.

Adriana es la única hija de la pequeña de los cinco hijos de Fraga. Por recomendación de su representante, Susana Uribarri, ha escogido el apellido materno para conformar su nombre artístico, en vez del paterno, Mosquera, que recuperará cuando este curso comience la carrera de Derecho. A Fraga, reconoce, no le gustó nada saber que había entrado en el mundo de la moda; torció el gesto. "Prefería que estudiara Derecho", dice Adriana, que al final cumplirá sus deseos, ya que compaginará los estudios con su faceta de modelo —de fotografía y publicidad, matiza, la pasarela no le interesa—.

No tiene novio —al menos confesable— y es de ideología de derecha. No descarta dedicarse a la política, aunque confiesa que su abuelo dejó el listón "muy alto" y le atrae el mundo de la diplomacia. Reconoce que le gusta la comida basura y que lo suyo no es comer ensalada y filetes a la plancha. Tampoco nada en la abundancia, dice. "Mucha gente piensa que por ser nieta de Fraga tengo que estar podrida de dinero y no es así", afirma.