Desde la parábola bíblica de las siete vacas flacas y las siete vacas gordas -que José interpretó al faraón como el advenimento de siete años de penuria tras otros tantos de abundancia- hasta la teoría de los ciclos económicos; siempre hemos buscado explicaciones mágicas o racionales para dar cuenta de una realidad insoslayable en toda historia humana: la existencia de las malas rachas.

Dicen que hay un santo en el cielo cuyo cometido es simplemente decir: "más, más, más...", de tal manera que tanto cuando las cosas van bien como en épocas en que van mal, el impertinente santo no hace más que alentar la racha en que estás metido.

El meigallo es otra explicación muy socorrida para dar sentido a las malas rachas. Gran parte del negocio esotérico se basa precisamente en eso, en identificar el origen de la maldición que está dando al traste con nuestra suerte y neutralizar su origen.

Sea por lo que fuere, el caso es que nadie puede dudar que existe la mala racha y mucho menos que actualmente estamos metidos en el ojo del huracán de la misma.

Claro que, viniendo de una de las mejores épocas que hemos vivido en las últimas décadas, cualquier contratiempo se nota mucho más. Que reviente la burbuja y se vaya al carajo la economía mal está, pero todo lo demás que nos está sucediendo -incluido la debacle de los Juegos Olímpicos- ya es para mosquearse.

A lo mejor es que nadie está siendo capaz de plantear bien el problema y por eso todas cuantas medidas se toman sólo abundan en prolongar la mala racha de todos. A lo mejor es que alguien envidioso de nuestra añorada opulencia nos quiere mal y nos ha soltado un meigallo. O quizás sea cuestión de tener algún gafe en nuestras filas. Urge pues -cuando ya no queden más medidas que tomar- encontrar al responsable de nuestra suerte para neutralizarlo cuanto antes. Hubo quien aseguraba que era Zapatero -vistos los resultados deportivos que se alcanzaban cuando el expresidente tenía a bien asistir a las competiciones-, pero ahora ya no está operativo y seguimos igual. Podemos pensar en el Rey, que acompasó su rosario de contratiempos personales con los del país; pero el Rey pidió perdón y sufre constantes caídas reales cuando los gafes son inmunes a sí mismos y jamás reconocen que ellos pueden ser los responsables del desaguisado, más bien lo contrario.

A lo mejor el gafe no lo tenemos en casa y está en Europa, desconozco las trayectorias en este sentido de los personajes que últimamente se han hecho cotidianos para nosotros, habría que documentarse mejor, pero de apostar por uno quizás me incline por Duran Barroso, que es más como de aquí y se parece al mayor de los Morancos.

También tienen muy mala pinta el conseller de economía de la Generalitat, el señor Masculell -bigote y tono de voz sospechosos-, y los líderes sindicales -eternamente enojados- ,que jamás esbozan una sonrisa y parecen desprender energía negativa cada vez que salen en la tele gobierne quien gobierne. O la Merkel o el Cameron de la Isla o el draculino Draghi que pretenden que nos apretemos al cinturón y nos bajemos los pantalones al mismo tiempo, cosa imposible... no lo sé.

Sea quien sea algo habrá que hacer. Quizá habría que probar medidas como la de regalar lámparas de bajo consumo pero regalando ristras de ajo macho y cruces de Caravaca o subvencionar viajes del Imserso al Corpiño o sacar a la bruja Lola en procesión.

Mientras tanto no está de más atender lo que me decía un paciente con muy mala racha: "La vida a veces se pone muy puerca y te hundes en la mierda, lo único que queda entonces es taparse la nariz, contener la respiración, confiar en que baje la marea merdenta y procurar no bracear para no salpicar al de al lado".

Así sea.