Salvador nació el 2 de octubre por cesárea. El suyo fue un parto de "alto riesgo obstétrico", según confiesa su madre, la asturiana Isabel Heres Girón. El motivo, el tratamiento contra el dolor crónico que sufre esta mujer, que le obliga a tomar cerca de veinte pastillas al día, algunas de morfina. Salvador nació enganchado a este opiáceo, y su primer conocimiento de la vida fue la ansiedad. "Lo primero que pregunté era si tenía todos los dedos y todos los pies. Las enfermeras le hicieron una foto para convencerme de que estaba bien", asegura.

Pero Salvador sufría. "Nació chillando, no hacía más que temblar. Cerraba los puños y se los clavaba en la barbilla, se arañaba. Era el síndrome de abstinencia", relata su madre. Ahora, veinte días después, le están rebajando la dosis de metadona, y ya ha dejado la incubadora por una cuna. Aunque el bebé tiene problemas para comer, Isabel Heres comienza a tener esperanza. Pero todo se nubla cuando piensa que, si ha visto a su hijo en un trance tan duro, es por el abandono médico que, según dice, ha sufrido en los últimos años.

Todo arranca en 2006, cuando Isabel Heres, conductora de un camión de limpieza industrial, sufre un accidente de tráfico y se rompe un disco de la columna (el L4-L5, en la zona lumbar) por tres sitios. En la clínica de la mutua le combaten el dolor a base de antiinflamatorios y cortisona que le administran diariamente. Si embargo, su estado se deteriora. "Me hizo un crac la columna, me acosté y cuando al día siguiente me fui a levantar, me desplomé. En la mutua querían pasarme a la Seguridad Social, pero al final accedieron a operarme", añade. El 12 de mayo de 2010 la intervienen en una clínica privada. "Me quitaron el disco. El doctor, cuando salí del hospital, me dijo: 'No te sientes en dos meses para que se haga callo", sostiene esta mujer.

Pasan los meses y los dolores siguen a peor. La mutua, según la paciente, se desentiende del problema y lo traspasa a la Seguridad Social, que a su vez lo deniega. Llegan a darle el alta, un asunto que ahora se dirime en un Juzgado de Avilés. "Que te arregle el que te fastidió", dice esta mujer que le espeta un médico. Le diagnostican una depresión por dolor crónico y una distrofia simpática refleja en la pierna izquierda, que llega a deformársele cuando sufre ataques. Conforme su estado se deteriora, su mundo se cae: la echan del trabajo, y su marido tiene que ir a vivir con su madre enferma. Ella está en casa de sus padres, con su hija.

Se ve como una pelota en manos de los médicos. El de cabecera la manda al traumatólogo; el traumatólogo, al neurólogo..., nadie es capaz de descubrir el origen del dolor. Es entonces cuando empieza a tratarse con morfina, y su periplo por las unidades del dolor.

En Madrid, agotada, la menstruación se le retira. Acude al médico y le dan cita para unos análisis de sangre para mes y medio después. En el ínterin, sufre otro accidente de tráfico. Le hacen unas placas y descubren que está embarazada. Primero le dicen que está de ocho semanas. "Me dijeron: 'Ni se te ocurra tenerlo". Cinco días después me hicieron otras pruebas y ya no estaba de ocho semanas, sino de cuatro meses. Estaba fuera de plazo para abortar", relata.

Una resonancia magnética por fin descubre el origen de su dolor crónico. Esta prueba le hubiese evitado años de dolor. Al retirarle el disco de la zona lumbar, las dos vértebras quedaron mal encajadas. "Cuando me quitaron el disco, tenían que haberme colocado una prótesis, pero claro, costaba seis mil euros...", se duele Isabel Heres. Ahora esta joven volverá a ser operada de la espalda.