Lucas y Carmen cumplen el domingo dos meses de edad. Todavía no lo celebrarán en Asturias, su casa, pero al menos ya saben que tienen permiso para viajar a España, para comenzar su nueva vida. En realidad ellos, nacidos en julio gracias a un vientre de alquiler, no lo saben, imposible tener conciencia de algo con tan poco bagaje de vida, felizmente ignorantes del trago que le ha tocado pasar durante todos estos días a su madre, Ana Coto, que ahora por fin sonríe, por fin tiene la sensación de que todo ha valido la pena. Ana podrá viajar junto a sus hijos a España después de recibir el miércoles en el consulado español de Bombay el documento que autoriza a los pequeños a salir del país.

Esta española de 47 años permanece retenida en el país asiático desde el 15 de agosto por un vacío legal. Para salir con sus hijos, India exigía un papel en el que se reconociera que eran niños de maternidad subrogada, una práctica prohibida por ley en España. Un documento que el consulado español le facilitó el miércoles. Ya tiene todos los permisos en regla. Ahora debe enviarlos a Nueva Delhi, para que le expidan los visados, un trámite automático. "No hay fallo, es una cuestión de tiempo", explica.

Todavía no tiene los billetes de vuelta. Calcula que tardarán diez días en solucionar ese papeleo. Quiere emprender el viaje de regreso alrededor del lunes 9 de septiembre, día arriba día abajo, aunque escrutará posibilidades para escoger la que mejor le convenga. Sobre esas fechas será cuando aterrice en Madrid, y de ahí a Asturias para reunirse con su marido José Luis Vidal y toda su familia. Será la recompensa a unas semanas repletas de incertidumbre. "Le haremos una fiesta en el aeropuerto", anuncia Vidal.

Atrás quedarán entonces todos esos momentos de desesperación, de llantos y agobios, atascos eternos en medio de un calor desesperantemente pegajoso, promesas convertidas en golpes, decepción tras decepción. En India se quedará también parte de su capital, el suyo y el de su familia, una cifra con muchos ceros que prefiere no recordar. Porque ahora toca mirarles a ellos a los ojos y ver toda la vida que tienen por delante aquí, en España. En su casa.

Todo se resolvió el miércoles con la facilidad esperada. Por una vez, las previsiones se cumplieron. La habían citado en el consulado por la mañana para darle la carta que se necesitaba para desbloquear su situación y, efectivamente, se la facilitaron. Ella ya contaba con ella, pero prefería ser cauta y no cantar victoria hasta que la tuviera en sus manos. Cuando la tuvo, se desplazó a la Oficina de Registros Extranjeros de la India (FRO) para que se la sellaran, pero el señor Fernández, el funcionario del FRO que tantas otras veces le fruncía el ceño, ni siquiera se la requirió: su caso ya estaba tramitado. "Esta vez es la definitiva. Tardarán unos días pero ya tenemos todo lo que necesitamos", reconoce esta española.

Ana habla desde un taxi mientras le da el biberón a uno de los pequeños. Su madre, María Jesús, de 70, atiende al otro. "Esto se ha resuelto gracias a vosotros, los medios. Sin toda la cobertura mediática que le habéis dado no sé qué habría pasado", explica. A través del teléfono, Ana transmite, ahora sí, seguridad. Nada más recibir su carta llamó a su familia.

De estos días de estancia en la India, Ana guardará en el recuerdo mucho sufrimiento, pero también varios nombres como el de Karismha Narwani, una tinerfeña de origen hindú que le ayudó con todos los trámites y con el idioma junto a su marido Gul. Ana Coto se irá pronto con sus niños, pero su lucha permanecerá allí. La retomará ese matrimonio madrileño y ese vasco soltero que pelean para llegar hasta donde ahora está Ana.