No deberían quedar sin anotación ciertos sucesos del estío romano en los que Francisco fue objeto de durísimos ataques por parte del ala eclesial que más le vigila y lo deplora: el tradicionalismo. En algún foro de internet un exaltado tradicionalista anónimo llegó a exclamar con todas las letras que Francisco "es un falso profeta", algo que raya con el sedevacantismo, facción extrema y absolutamente rupturista con Roma que postula a Pío XII como último Papa legítimo y amante de la tradición.

Lo del "falso profeta" fue una mera anécdota, ya que por lo general los tradi definen al Pontífice con apelativos como "el Papa primaveral", ironía dirigida a los sectores de la innovación que hablan de "una nueva primavera en la Iglesia" (la anterior había sido el Vaticano II). Sin embargo, el exabrupto revela la temperatura que alcanzó el ferragosto en la sartén para el papa Bergoglio, cuyo portavoz Lombardi incluso tuvo que aclarar que Francisco no estaba desmontando nada de Benedicto XVI y sus concesiones al tradicionalismo.

Pero antes de volver atrás procede anotar dos hechos de estos días, ya que no solo los tradi observan minuciosamente a Francisco. Este Papa es constantemente examinado por la innovación, por la conservación y por la observadora más peliaguda de todas: la curia vaticana.

Esta última ha recibido con cierto sosiego el nombramiento del nuevo Secretario de Estado, el diplomático Pietro Parolin, en principio llamado a ser el número dos de la Santa Sede en sustitución del cardenal Bertone. La curia, constituida en un alto porcentaje por eclesiásticos de la diplomacia vaticana, ha respirado con dicha designación porque sigue vigente la idea de que "el ala diplomática del Vaticano (como si fuera el "ala oeste" de la Casa Blanca), se cree la dueña de la Santa Sede", en feliz expresión de un oficial anónimo.

En esa perspectiva, Bertone era un outsider, un profesor universitario y después secretario de Doctrina de la Fe impuesto por Benedicto XVI. Grandes fueron sus problemas (Vatileaks, cuervos, Banco Vaticano, etcétera), pero la raíz de estos no fue tanto su mano más o menos diplomática sino que no era cuña de la misma madera y, a la vez, se estima que la trasera de su sotana se desgastó poco en el sillón de su despacho, pese a que la principal labor del Secretario de Estado viene a ser la de un perro de presa que tiene contado hasta el último pelo de la curia. Así había sido el predecesor de Bertone, Angelo Sodano, no obstante tiznado por la opacidad con los abusos del clero o por su vinculación al desgraciado Maciel.

Esas oscuridades fueron despejadas por Benedicto XVI y será la historia -la labor de los historiadores-, la que un día ofrezca un juicio sereno sobre su principal colaborador, Bertone. En cuanto al nombramiento de Parolin, todavía es muy pronto para intuir cuál será su papel en el pontificado de Francisco. El vaticanista Sandro Magister estima que Bergoglio apunta a constituir una especia de "segretariola" en su propio despacho, una pequeña Secretaria de Estado al estilo de Pío X, Papa que desconfió tenazmente de su propia curia. En opinión de Magister, el Papa Francisco delegará poco, pero incluso en dicha tesitura -agregamos aquí-, la función de la Secretaria de Estado sería la de respaldar, y no desarmar, las decisiones del Papa.

El segundo hecho de estos días saltaba cuando Francisco anunciaba en un Ángelus dominical una jornada de oración y penitencia y mostraba su frontal oposición a una intervención bélica de EEUU y Occidente en Siria. Diez años atrás, era Juan Pablo II quien trataba de detener la guerra de Irak. Curiosamente, la reacción religiosa en EEUU a la intervención de Bergoglio constituye un paralelo de lo que este Papa suscita dentro del catolicismo. Las iglesias evangélicas liberales se han adherido a la posición de Francisco y han enviado mensajes admonitorios a Obama, mientras que el protestantismo conservador postula, como principio habitual, que las guerras las manda Dios y que en este caso particular el régimen sirio está masacrando a inocentes.

En cuanto al catolicismo estadounidense, su Conferencia Episcopal secundó de inmediato a Francisco y pidió a sus fieles que, si tienen vínculos con Washington, influyan sobre los políticos católicos. No obstante, los políticos católicos pueden diferenciarse en sus posturas morales y sociales según sean republicanos o demócratas, pero para la guerra profesan más bien la fe, no en la Doctrina Social de la Iglesia, sino en la doctrina intervencionista del imperio al que Dios sonríe. EEUU, donde el patriotismo es religión, ha elaborado también su propia dogmática: Doctrina Monroe, Destino Manifiesto, Gran Garrote, Doctrina de Seguridad Nacional, Doctrina de la Guerra Preventiva, etcétera.

Sin embargo, una voz les criticaba hace unos días: "Confieso que no entiendo quién ha dado autorización a los Estados Unidos para actuar contra un país de tal modo que sin duda aumentará el sufrimiento de una población que ya ha sufrido más de la cuenta", declaraba el superior general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, al tiempo que manifestaba que "nosotros, los jesuitas, apoyamos la acción del Santo Padre al ciento por ciento".

Se trataba de una declaración pública sorprendente. Habría que retroceder medio siglo, o más, para hallar una sintonía tan firme entre la Compañía de Jesús y un Pontífice. Habría que acudir, en edad preconciliar, al general Ledóchowski y a su leal alineamiento con Pío XI y Pío XII, y, ya durante el Concilio, al jesuita y cardenal alemán Agostino Bea, base intelectual de los documentos sobre libertad religiosa, ecumenismo, revelación, etcétera, es decir, los más avanzados del Vaticano II y más aborrecidos por el tradicionalismo.

La imagen de Francisco, la pasada festividad de San Ignacio, el 31 de julio, visitando a los jesuitas y rezando ante la tumba del Padre Arrupe -el gran innovador de la Compañía-, alteró más aún los nervios de los tradi, pese a que el casus belli del ferragosto estaba siendo otro. La Santa Sede había nombrado un comisario para los Franciscanos de la Inmaculada, congregación en la que una parte de sus superiores y miembros querían adoptar la misa tradicional o tridentina -cuya celebración liberó Benedicto XVI-, como liturgia identificativa de su instituto, pero otra parte de la congregación discrepaba y el enfrentamiento llegó a tal punto que el Vaticano decidió intervenir. Y como medida cautelar determinó que la celebración de la misa tridentina en esa congregación quedaba en suspenso y sujeta al permiso de las autoridades eclesiásticas.

El tradicionalismo del mundo entero se estremeció ante tal decisión y fue precisa la referida intervención de Lombardi para aclarar que el Papa no deshacía algo establecido por un predecesor, pero los tradi permanecen con la mosca detrás de la oreja desde que Francisco manifestó aquello de "no os apeguéis a los trapos" (la misa tridentina utiliza con gran profusión objetos y vestiduras litúrgicas).

Otros hechos del verano habían incendiado igualmente a los tradicionalistas. Por ejemplo, un amable mensaje del Papa al Islam al finalizar su Ramadán. Para un tradi, el mahometismo no necesitan buenas palabras, sino convertirse del error a la Verdad. Asimismo, seguía candente el caso Ricca, el eclesiástico nombrado por Francisco como delegado suyo en el Banco Vaticano y del que se supo después que había pasado por algún episodio homosexual tiempo atrás. A él se refirió indirectamente el propio Papa cuando en el viaje de vuelta de la Jornada Mundial de la Juventud manifestó que "si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?", pero los tradi siguen contando los días que el Pontífice se demora en cesarlo y le censuran que utilice la palabra "gay" (el término preferido por los tradicionalistas más exaltados, que son una minoría, es el de "aberrosexuales").

Extremismos aparte, la óptica tradicionalista resulta muy significativa y por ello le dedicamos atención. No se olvide que el gran cisma del siglo XX, el de Marcel Lefebvre, se produjo en nombre de la tradición y en medio de una Iglesia que había innovado en ideas y formas. Ahora bien, las desafecciones, por una parte, y los alineamientos como el de los Jesuitas, parecen indicar que se ha abierto la etapa de estar a favor o en contra del papa Francisco.