Aunque aún no le hayan bautizado, los investigadores ya han puesto rostro e historia al enigmático cráneo número 5.

Su complexión apunta a que fue un macho adulto que medía entre 1,46 y 1,66 metros de altura y pesaría entre 47 y 50 kilos. Tenía un cerebro muy pequeño incluso para los estándares de su especie (546 centímetros cúbicos, frente a los 1.350 de la especie humana actual). Su cara, en cambio, era enorme; muy simiesca y alargada, con grandes dientes y voluminosos músculos de masticación, además de unos arcos de las cejas marcadísimos y el morro protuberante.

Aquella complexión ceñuda era una rareza, incluso comparada con los restos de otros cuatro cráneos hallados en Dmanisi. Sufría artritis en la mandíbula y tiene una zona fracturada y curada, quizás por un accidente o una pelea. A pesar de su baja estatura su cuerpo tendría ya las proporciones del hombre moderno, con piernas largas y brazos cortos. Cuando murió debía de tener unos 30 años.

El yacimiento de Dmanisi, que aún se está excavando, se encuentra en un lugar estratégico situado en el cruce de tres continentes: África, Asia y Europa. En él se han encontrado también otros restos esqueléticos de un homínido adulto de gran tamaño que creen que corresponden al mismo individuo del cráneo. Se han hallado además miles de herramientas de piedra que aquellos remotos humanos utilizarían para descarnar animales y una gran cantidad de fósiles de fauna, "incluidos los terribles tigres de dientes de sable y un guepardo gigante extinguido", explica uno de los investigadores en Science, quien añade que la confrontación con esas bestias sería corriente y peligrosa.

Los cinco homínidos de Dmanisi se encontraron en cavidades subterráneas que pudieron ser guaridas a las que los animales arrastrarían sus presas.

Los científicos de la investigación publicada en Science, con David Lordkipanidze al frente, subrayan que el individuo al que pertenece el cráneo 5 comparte características morfológicas con los primeros fósiles del género Homo encontrados en África, y que tienen una antigüedad de 2,4 millones de años.

Los paleontólogos que firman este estudio realizan una provocadora propuesta: que los fósiles tempranos del género Homo (aquellos que tradicionalmente han sido clasificados como Homo habilis, Homo rudolfensis o Homo erectus) pasen a ser considerados miembros de una única especie. Aunque admiten que tienen características físicas diversas, creen que la variación no es tan pronunciada como para considerar que pertenecen a líneas evolutivas distintas. Es decir, propondrían englobar bajo la definición de Homo erectus los restos fósiles descubiertos en África hace 2,4 millones de años así como los desenterrados posteriormente en Asia y Europahace entre 1,7 y 1,2 millones de años. "Era similar a cómo en los humanos de hoy hay varias razas, pero solo una sola especie", explica Lorkipanidze en su artículo.

Según esta teoría, hace unos dos millones de años, un pequeño erectus de cerebro diminuto, pero ya alimentado en parte por el consumo de carne, fue el primer homínido en abandonar África, la cuna de la humanidad. No sabía hacer fuego, subsistía a base de carroña y cuando la encontraba estaba a merced de otros depredadores más fuertes y rápidos que en muchas ocasiones acababan devorándolos. Y aún así, en un mundo hostil y nuevo, aquellos erectus amasaron la fuerza y la organización social necesaria para sobrevivir y conquistar otros dos continentes: Asia y Europa. Según los descubridores del cráneo de Dmanisi, el Homo erectus habría sobrevivido durante cientos de miles de años sin cambiar lo suficiente como para dividirse en especies diferentes, convirtiéndose en un digno antecesor del Homo sapiens.

Hasta hoy la historia oficial de nuestros orígenes era muy diferente. Allí donde se encontraba un fósil de un homínido solía proclamarse el descubrimiento de una nueva especie. Así sucedió con el Homo habilis, una versión aún más primitiva del erectus que vivió en Kenia. O con el Homo ergaster, la versión africana del erectus.