Ala reforma del aborto emprendida por el PP le han colgado ya el sambenito de haber sido inspirada por los sectores más ultramontanos de la Iglesia. No estamos aquí para defender al PP, que con su doble alma entre el liberalismo y el humanismo cristiano -según sus estatutos-, se arma sus propios líos internos. Sin embargo, sí conviene analizar hasta qué punto el catolicismo oficial tiene mucho, poco o nada que ver con el proyecto de Gallardón.

La acusación del ultramontanismo inspirador está tan extendida que hasta se escucha en el propio seno de los populares. Por ejemplo, Rosa Valdeón, alcaldesa de Zamora por el PP, declaraba estos días: "La única explicación plausible es que el partido haya cedido a esos sectores más reaccionarios de la Iglesia. Es la única que parece lógica". Evidentemente, la regidora zamorana no tiene por qué conocer al dedillo las diversas sensibilidades católicas, pero, desde luego, los sectores eclesiales más activos contra el aborto ya han abominado de los planes del Gobierno, a los que juzgan de mero retorno a la legislación de 1985.

Estos sectores más activos podrían ser los calificados vagamente de conservadores o reaccionarios, aunque su escudo no se halla en la vehemencia de su defensa de la vida, sino en una aplicación estricta de la doctrina católica: "El aborto directo querido como fin o como medio es siempre un desorden moral grave en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente" (Juan Pablo II, encíclica Evangelium Vitae). Según dicha doctrina no existen concesiones al aborto, ni mediante leyes de plazo ni con leyes de supuestos. Nada, cero, aunque el asunto se complicaría si entráramos en el debate de la autonomía del Estado para legislar, una autonomía de las cuestiones civiles que quedó señalada por el Vaticano II, aunque con gran disgusto de quienes pensaban, y piensan, que las leyes humanas deben concordar con las divinas.

Por tanto, la conservación eclesial, o la reacción, censuran la tibieza del PP, pero esa idea de la izquierda, e incluso de sectores de los populares, de que ellos son los inspiradores, pese a resultar una flagrante contradicción, nos golpeará en los tímpanos durante meses. Esto de las sensibilidades eclesiales puede sonar a conceptual y abstracto, y los observadores externos a la Iglesia la perciben como un todo uniforme. Sin embargo la ley de Gallardón divide de hecho a la Iglesia. Es decir, quienes atacan al PP lo hacen también con aquellos eclesiásticos que han dado una moderada aprobación a la reforma, caso del cardenal Sistach, o del cardenal Cañizares ("me parece muy acertado que la nueva legislación proteja al nasciturus; creo que hemos de felicitarnos todos"), o del cardenal Rouco ("la nueva ley no tiene por qué ser un coladero"). Pero añadamos también lo dicho por el Foro de Curas de Madrid, de tendencia progresista: "El derecho a la vida es el origen y fundamento de cualquier otro. Creemos por tanto que el aborto no puede ser considerado un derecho ya que nadie está legitimado para eliminar una vida".

Insistimos en que desde Rouco hacia la izquierda eclesial, es decir, toda expresión moderada sobre el asunto, es calificada de descarriada por esos "sectores reaccionarios" que supuestamente han inspirado al Gobierno. Pero hay más. Si un moderado como Sistach se hubiera sentado a discutir la reforma con Gallardón, le habría pedido una ley "que fuera totalmente reduccionista", o una ley de sostenimiento de las embarazadas con complicaciones de cualquier tipo, pero nunca le habría pedido una ley del aborto. Para finalizar con este somero repaso, es probable que los moderados y los progresistas de la Iglesia tengan en mente la idea del "mal menor" a la hora de juzgar la reforma de Gallardón, que, sin embargo, es tenida como un "mal mayor" por la izquierda y por una parte del PP, y también como nueva abominación por parte de la estricta observancia católica. Y no decimos que los extremos se juntan porque a algunos les parecería una alabanza al PP.

Y una última cuestión, entre las muchas y complejas -la arbitrariedad de las leyes de plazo, por ejemplo-, que abarca la materia. La fe en Dios, o en la condición humana, puede llevar a comportamientos heroicos y también dignos de admiración. Unos padres que decidan que nazca su hijo con síndrome de Down lo son (porque no se olvide que alguien con síndrome de Down es persona, y el concepto de persona es el que juzgamos como criterio más adecuado). Alguien se ha preguntado ya si un Estado puede exigir heroicidad a sus ciudadanos. Si la reforma de Gallardón culmina con su precepto de que las deficiencias en el feto no serán motivo de aborto, confiamos en que el Estado arbitre los soportes necesarios. Lo contrario sería salvaje. Y que asimismo lo siga haciendo la Iglesia, o lo haga más, ya sea la moderada o la reaccionaria.