Pues sí, pues claro que hay buenas películas entre las candidatas a la comedia de los Oscar, faltaría más, pero ninguna de ellas pasará a la historia del cine ni habrá una gran perdedora con grandeza, como ocurrió con Lincoln. Salvo la intrascendente Philomena, cuya presencia es como mínimo pintoresca, el resto de contendientes juega sus bazas con eficacia y ocasional talento, pero o bien se quedan lejos de los mejores títulos de sus creadores (léase Scorsese con su salvaje pero previsible y por momentos tosca sátira, o Steve McQueen bastante manso para contar su crónica de los horrores racistas) o bien no mejoran otros trabajos que antaño les pusieron también en la línea de salida, como Payne y su Nebraska. Dallas Buyers Club y Her completan la cuota de rarezas (¿por qué se quedaron fuera los Coen?). Capitán Pillips y Gravity son las propuestas más comerciales, y a pesar de ser más que dignas representantes de lo que se entiende por cine taquillero, no parecen serias aspirantes a ser encumbradas, sobre todo la primera de ellas: ni su director ni su protagonista están nominados, cuando son los dos pilares fundamentales. Cuarón podría llevarse el gato al agua por su prodigioso trabajo en el espacio, y no sería mala elección. La gran estafa americana tiene serias opciones, y además le deben ya un reconocimiento a su director, David O. Russell. Mientras no se lo den a Meryl Streep por sus excesos de Agosto, el Oscar a mejor actriz puede recaer en cualquiera con justicia. Parece que Cate Blanchett casi lo tiene en el bolsillo. McConaughey ha madurado mucho y a Hollywood le encantan esas metamorfosis, aunque el veterano Bruce Dern puede movilizar el voto nostálgico. Julia Roberts debería ganar por Agosto y Jonah Hill por El lobo de Wall Street. Y La gran belleza no puede irse de vacío: su título la define.